En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Elucubración paranoica sobre el amor



Una pregunta recorre mi cerebro de neurona a neurona, desde tiempos inmemoriales, o sea, prácticamente desde que tengo cerebro (suponiendo que lo tenga); una complicada cuestión de abstrusa respuesta que, sin embargo, hoy creo haber encontrado: ¿es eterno el amor? Sé que vais a contestar de inmediato que no; que todo tiene su fin, como dice la canción. A la vista de los acontecimientos, y sin entrar en profundidades, compartiría vuestra opinión. De hecho, fui invitado a una boda, organizada y llevada a cabo con la parafernalia habitual de invitaciones formales, acuses de recibo, trajes y corbatas, arco de honor a la salida de la iglesia y almuerzo en hotel de lujo, cuyos contrayentes llevaban varios años de relaciones. Pues bien, seis meses después de darse oficialmente el "sí" se separaron. ¿Se acabó el amor? ¿El amor eterno, actualmente, tiene fecha de caducidad marcada en la entrepierna? Creo que no. Creo que el amor, como poderoso sentimiento que une a las personas, es eterno en el espacio y en el tiempo. Ahora bien, las que no son eternas son las circunstancias. Voy a explicarme. Para mí hay dos tipos de amor, el silvestre y el de cultivo. Igual que los champiñones, por ejemplo. Podéis recolectar champiñones en el campo, porque las condiciones de humedad, temperatura, acidez del terreno, etc., han favorecido su nacimiento y desarrollo, y sólo tenéis que agacharos para cortarlos y meterlos en vuestra cesta. Pero también es posible cultivarlos día a día en un lugar adecuado, prodigándoles aquellos cuidados necesarios para que crezcan saludables y hermosos. El amor silvestre florece en circunstancias favorables. Es fácil amar en una puesta de sol, mientras una orquesta de zíngaros endulza nuestros oídos con sus violines y el mar acaricia suavemente la dorada arena de la playa. Luego, cuando el camarero jamaicano retire los restos de las langostas que hemos degustado, nos tomaremos de la mano mirándonos a los ojos, y nos declararemos ese amor eterno que probablemente durará unos meses. ¿Por qué? Pues porque cuando desaparecen la puesta de sol, los zíngaros, las langostas y las playas doradas, queda el trabajo de cada día;las alegrías y los sufrimientos; los suegros, los cuñados, los sobrinos, los abuelos, los padres y toda la parentela, y, en definitiva, el final de la tarjeta postal. Al cambiar las circunstancias, el caldo de cultivo del amor silvestre, éste tiende a marchitarse, como un vulgar y montaraz champiñón. ¿Su decadencia resulta, pues, irreversible? ¡No, y mil veces no! Con los cuidados necesarios, el amor mostrará inequívocamente su eternidad. ¡Ah!, pero, claro, los cuidados implican esfuerzo personal, y el esfuerzo personal no se contempla como algo necesario en la mayoría de las uniones. Es más fácil salir en busca de otro champiñón. No digo que no, pero lo más sencillo no es siempre lo mejor. Que cada cual haga como quiera. Pero los champiñones y el amor, con sus inalterables e imperecederas semillas, son eternos. ¡Vaya que sí...!

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