En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

martes, 2 de marzo de 2010

Vitoria, 3 de Marzo de 1976: mis recuerdos

Mañana se cumple el trigésimo cuarto aniversario de la muerte de cinco trabajadores en Vitoria, por disparos de la Policía Armada (los "grises" les llamaba la gente), que obligó a los participantes en una asamblea obrera, que se celebraba dentro de la iglesia de San Francisco, en el barrio vitoriano de Zaramaga, a desalojar el templo mediante el lanzamiento de botes de humo. Cuando los reunidos (se habla de más de 5.000 personas) salieron al exterior, fueron recibidos a porrazos y tiros, con un balance de 5 muertos (4 al momento y 1 algunos días después) y decenas de heridos. Todavía hoy se piden responsabilidades, sin que ninguno de los Gobiernos que han pasado por la Moncloa haya tomado cartas en el asunto.
Ensayo de revolución urbana, según unos, y masacre indiscriminada, según otros, lo cierto es que aquellos sucesos marcaron el carácter de toda una generación de vitorianos.
No es mi intención meterme en consideraciones políticas a estas alturas. Sólo quiero haceros partícipes de mis recuerdos de aquel triste día y del siguiente, en el que se celebró el entierro de algunas de las víctimas.
Conocí personalmente a Pedro Mari Martínez Ocio, porque trabajábamos en la misma empresa. Era un chaval alto y delgado, afable en el trato y de los que le echan huevos a la cosa; jugaba en el equipo de fútbol de la fábrica, Forjas Alavesas. Aunque no tuve mucho contacto con él, seguía de cerca sus actividades deportivas a través de su hermano Andoni, con el que sí tuve (y sigo teniendo) buena amistad.
Llevábamos casi dos meses de huelga en varias empresas importantes del cinturón industrial (Forjas Alavesas, Michelín y Mevosa, entre otras), y aquel día se había convocado huelga general, con una asamblea vespertina en la iglesia de San Francisco. Un amigo y yo escuchábamos las comunicaciones por radio entre los coches de la policía, y captamos perfectamente la orden de desalojar a los trabajadores como fuera. Intentamos telefonear a las oficinas parroquiales, pero la línea estaba ocupada (o cortada, no lo sé) Lo demás es mundialmente conocido: la policía lanzó gases lacrimógenos al interior de la iglesia, los trabajadores salieron en desbandada, y fueron apaleados y ametrallados a mansalva. Todavía no consigo explicarme cómo fue posible que sólo murieran 5 personas... A partir de ese momento la ciudad se convirtió en una jungla, para transformarse en un cementerio a la caída de la tarde. Serían las 9 de la noche cuando mi amigo y yo, movidos por la curiosidad, decidimos darnos una vuelta por el centro urbano. Queríamos comprobar si lo que contaban las emisoras de radio era cierto. ¡Vaya si lo era...! Vitoria parecía haber sido bombardeada. En el Portal del Rey nos detuvo una patrulla de la Guardia Civil. Nos sacaron del coche, nos metieron la metralleta en la espalda, registraron el vehículo y, después de comprobar nuestras documentaciones, nos dejaron seguir.
El entierro fue al día siguiente. La catedral nueva de María Inmaculada no podía dar cabida a cuantos asistieron, y la masa humana siguió el oficio religioso abarrotando todas las calles adyacentes. Más de cien mil personas acompañaron luego los féretros por las calles de la ciudad, en silencio sólo roto por aplausos esporádicos. Los policías flanqueaban el recorrido, y vi cómo algunos les escupían en la visera protectora sin que movieran un músculo. A la altura de las Escuelas Profesionales de Jesús Obrero, en la calle Francia, dos vejetes se abrazaban llorando, y uno decía: "¡Esto es lo más grande que hemos visto desde la proclamación de la República!" Algunos helicópteros policiales sobrevolaban la ingente manifestación de duelo, sólo para recibir las maldiciones de cuantos caminábamos hacia el cementerio de Santa Isabel.
Dicen que Pedro Mari Ocio estaba en casa de su novia (creo), frente a la iglesia, y cuando vio lo que sucedía agarró una estaca y se lanzó a la calle sin pensarlo. Varios disparos le destrozaron el hígado y la vida.
Descansen en paz Romualdo, Bienvenido, Francisco, José y Pedro Mari; que jamás la tengan quienes fueron responsables de su muerte, y que Vitoria no vuelva a vivir una experiencia tan demoledoramente atroz como aquélla.


No hay comentarios:

Publicar un comentario