Donatella Versace o la caridad bien entendida empieza por uno mismo

Bien sabe Dios que la prensa rosa y sus derivados me la traen muy floja. No compro revistas especializadas, ni veo sus programas plenos de gilipollez, ni admiro a sus ídolos de barro (que no tienen nada que admirar, por otra parte) Pero hoy me he topado casualmente con una curiosa noticia, que hace referencia a la alocada y compulsiva "generosidad" comercial de Donatella Versace, famosa ya (por lo visto) por sus liposucciones, estiramientos, ampliaciones, estrechamientos, plegamientos, ayuntamientos y "botoxamientos", cuyo resultado, a la vista de las fotografías que pululan por los medios, son cuando menos bastante insatisfactorios. Vamos, digo yo...

Pero a lo que íbamos. Esta buena mujer entró el otro día en una tienda ("shop") de gafas de sol, en Nueva York (New York-USA), y la recorrió durante 10 minutos señalando "ésta", "ésta", "ésta"... Ignoro quien iba detrás cumpliendo sus órdenes (algún competente tiralevitas, supongo), pero cuando la señora Versace abandonó el local la cuenta ascendía a... ¡3.000 dólares!

En 10 minutos y sin ningún remordimiento.

Hechos como éste tendrían que estar penados por el Tribunal de La Haya, sobre todo mientras 1.600 millones de personas pasen hambre diariamente en este puto mundo. Porque, además, no es lo peor que gente como la Versace despilfarre el dinero a manos llenas, sino que encima hacen ostentación de tal dispendio, para que el pueblo llano observe pasmado su prosapia y grandeza, y hasta aplauda entusiasmado a su paso.

Cuando menos, tendríamos que escupir por donde pisan.