En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

lunes, 27 de diciembre de 2010

La batalla de España (Diciembre 2010)


Fuerzas combinadas del Gobierno, Renfe, las Compañías Eléctricas y las de Gas, han mantenido una dura y desigual batalla contra los casi desarmados Consumidores Españoles, a los que han infligido una derrota sin precedentes. Los efectivos del Gobierno han lanzado contra los consumidores toda su artillería pesada, desde aumentos del IVA hasta congelación de sueldos y pensiones, mientras que las Eléctricas les han bombardeado con un incremento de precios del 9,8 %, las compañías de Gas con aumentos del 3,9% y RENFE con subidas del 2,3%
Los Humildes Consumidores Españoles se han batido en retirada, guareciéndose en sus correspondientes organizaciones, aunque, según nos informan testigos presenciales, no parece posible que resistan durante mucho tiempo.
Véase el desarrollo de la batalla en el cuadro de arriba (pulsar sobre la imagen para ampliar)
ÚLTIMA HORA.- Según nuestro corresponsal, un portavoz de los Consumidores ha declarado que están dispuestos a resistir como sea, a lo que el Jefe de las fuerzas de la coalición ha respondido que "si es necesario, derrotaremos al enemigo casa por casa". Sin comentarios.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Curiosidades del mundo animal

Entendiendo por "mundo animal" el ámbito de las relaciones humanas, porque, como todos sabemos, el Hombre es el más animal de los animales.
Bien; dicho esto, pasemos al meollo del asunto: el Mossad se va a disculpar ante los Servicios Secretos del Reino Unido, porque sus agentes asesinaron al lider de Hamás, Mahmoud Al Mabhouh, en Enero de 2010, utilizando pasaportes británicos.
¡Coño!, hay que reconocer que es un detalle, y supongo que al muerto le hará muchísima ilusión, porque los asesinados suelen ser, por lo general, gente con gran sentido del humor, comprensivos y tolerantes con todo el mundo, o sea, lo contrario que los servicios secretos. A mí, particularmente, me importaría un carajo que me asesinaran utilizando pasaporte de Gran Bretaña, de las Seychelles o de Gambia; lo que realmente mata es el balazo o la bomba, y para ésos chismes los pasaportes importan bien poco. Pero, bueno, como israelitas y británicos son personas correctas y comedidas, me parece bien que se pidan y concedan disculpas por éstas o parecidas actividades.
Si además pueden dejar de matar a la gente impunemente, miel sobre hojuelas.
Las posibles víctimas se lo agradecerán infinitamente, y no tendrán que volver a pedir disculpas a nadie.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Por qué nunca seré un buen escritor

Hace unos instantes he escuchado, en Radio Nacional de España, un comentario sobre un escritor y cantautor norteamericano (de cuyo nombre no puedo acordarme), que va a publicar en España su primera novela, escrita a los 21 años, durante su particular "descenso a los infiernos". El descenso, en cuestión, parece ser que consistió en lo de siempre: drogas, alcohol y sexo hasta las cartolas. No sé, de momento, si este señor escribe bien o mal, pero, por lo visto, sus méritos son evidentes.
Y no es un caso aislado.
Vivimos en un mundo de preludios; de introducciones; de "titulitis". Antes de que podamos juzgar una escultura, una pintura, una novela, un ensayo o un poema, tenemos que saltarnos todos los méritos previos del autor, que constituyen la garantía de calidad del trabajo. Si, a pesar de todo, la obra no nos gusta, los imbéciles somos nosotros, que no entendemos un carajo.
Llevo ya muchos años peinando canas (y gracias, porque otros, a mi edad, ya no peinan nada), y escribiendo novela, relato y poesía. Probablemente no soy un genio de la Literatura, pero sí mejor que otros, y punto. Ahora bien, lo que tengo claro es que nunca seré considerado un buen escritor.
¿Por qué?
En primer lugar, porque un escritor tiene que tener de su lado a la diosa Fortuna, y esa señora está indispuesta conmigo (no sé por qué) desde tiempos inmemoriales. A mis 18 primaveras escribí mi primera novela del Oeste; la envié a la editorial correspondiente, y me la devolvieron porque tenía "poco sexo y violencia". Escribí una segunda, que resultó tener "demasiado sexo y violencia". A la tercera va la vencida, y así fue: cuando las perspectivas de publicación parecían hacerse realidad (y con ellas mi sueño de ganarme la vida con un género menor, para poder escribir cosas más serias, como han hecho muchos otros), la editorial se fue a la quiebra.
Muchos años después, y tras el largo periplo de mis obras por editoriales de todo el país, una pequeña empresa catalana se interesó por mis relatos fantásticos; llegamos a un acuerdo, firmamos el contrato, y, a falta de diseñar la portada del libro, la editorial quebró.
Queda claro que la fortuna no me acompaña.
Pero hay también otros factores en mi fracaso como escritor de pro; factores que, a la vista de críticas y comentarios literarios, son insalvables. Enumero unos cuantos:
- Nunca fui miembro de Partido Comunista.
- No estuve en el exilio.
- Mi madre no era puta ni alcohólica, ni me abandonó a los 6 meses en un basurero.
- Mi padre no abusó sexualmente de mí cuando era niño.
- Jamás me hundí en los infiernos de la droga o el alcohol. Si que tuve una cierta afición al sexo, pero no más ni menos que el resto de los mortales.
- No soy gay.
- En la puta vida se me ocurriría plagiar.
- Me importan un carajo las marcas, las modas, las tendencias y los objetos de diseño.
- Soy muy mal hablado.
- Tengo mi propio criterio sobre las cosas importantes de la vida, y la publicidad me resbala.
- No llegué a tiempo para combatir en la Guerra Civil (ni falta que hace)
Las lágrimas afloran a mis ojos, mientras una garra invisible oprime mi corazón y me hunde en el negro abismo de la melancolía, porque había empezado a escribir en plan de coña, pero acabo de darme cuenta de que ... ¡nunca seré un buen escritor!
¡Sniff...!

lunes, 13 de diciembre de 2010

"Cuervo Ingenuo"

Hoy he recibido un vídeo que, utilizando el antiguo tema "Cuervo Ingenuo", de Javier Krahe y Joaquín Sabina, satiriza e ironiza sobre pasadas y presentes declaraciones de nuestro presidente de Gobierno, don José Luis Rodríguez Zapatero. El tema fue dedicado inicialmente al anterior presidente socialista, don Felipe González Márquez, pero creo que mantiene hoy todo su vigor y su rabiosa actualidad. De hecho, y desde mi punto de vista, es aplicable a todos y cada uno de los gobiernos que ha habido y hay en el mundo. Espero que los del futuro vayan cambiando a mejor, por la cuenta que le trae a la Humanidad.
Esta es la canción completa.
Que os divirtáis.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Problemas con los controladores aéreos vascos

A los habituales problemas de la navegación aérea, en lo que se refiere al control de vuelos, parecen añadirse algunos debidos a la especial idiosincrasia de las gentes del País Vasco, como se desprende de este vídeo que acabo de recibir. O sea que si voláis a Euskadi, abrochaos los cinturones de seguridad, por si acaso, ¡je!, ¡je!



miércoles, 8 de diciembre de 2010

¡Fasinante...!



















El señor Spock era uno de mis personajes de ficción favoritos, en aquellos tiempos en que yo era mozo y gustaba de las aventuras espaciales que nos ofrecía STAR TREK. Aquel vulcaniano impasible, de expresión serena, imperturbable, que respondía a cualquier contingencia con su habitual "¡Fasinante...!", dejó en mí honda huella. De hecho, creo que me enseñó a afrontar determinadas situaciones con la misma flema con que lo hacía él.
Acabo de enterarme de que el Aeropuerto de Loiu (Bilbao) ha tenido que desviar al menos tres vuelos, por causa del fuerte viento que afecta hoy al País Vasco. Señalemos que el Aeropuerto de Vitoria-Foronda, situado a unos 65 km. de Bilbao (más o menos 50 minutos de viaje en automóvil), está plenamente operativo (como señala la prensa), y es muy poco vulnerable a los habituales vientos racheados.
¿A dónde han sido desviados los vuelos de Bilbao...?
Uno a Santander (102 km. de distancia); otro a Zaragoza (304 km.), y el tercero a... Madrid (396 km.)
¿Hay alguna rivalidad entre las autoridades aéreas de Bilbao y las de Vitoria?
Yo, como simple pasajero que necesitara llegar a casa, preferiría aterrizar a 65 km. que no a 102, o... ¡a 396!
La verdad, no lo entiendo.
Sólo puedo expresar mi inquietud igual que el señor Spock:
- ¡Fasinante...!

NOTA.- Un amable comunicante me ha informado de que el aeropuerto de Foronda está en obras. Lo he comprobado, y, aunque la finalización de las obras estaba prevista para últimos de Octubre, éstas todavía continúan. Así que parece que entre las autoridades aeroportuarias vizcaínas y alavesas no hay ninguna disputa, y sí una excelente y amistosa colaboración (supongo)

lunes, 6 de diciembre de 2010

Humor político

Acabo de recibir vía mail este chistecillo, y como me ha parecido pleno de ocurrencia y frescura, aparte de muy actual, me apresuro a compartirlo con vosotros. Agradezco a mi amiga Adelita Palomino la gentileza que ha tenido al enviármelo.





Recientemente le pregunté a la hija de un amigo qué le gustaría ser de mayor.

Ella respondió que quería ser presidente algún día.

Sus padres, ambos del Partido Socialista, estaban presentes, y yo continué preguntando:
— ¿Si algún día llegaras a ser presidente, qué sería lo primero que harías?

Ella respondió sin vacilar:
— Daría alimentos y viviendas a los pobres.

Sus padres, orgullosos, pelaron los dientes en una radiante sonrisa:
— ¡Bravo!; qué propósito más loable…

Le dije:
— Para eso no tienes que esperar a ser presidente; puedes venir a mi casa y
cortar el césped, sacar las malas hierbas y abonar el jardín. Te pagaré 50
euros por el trabajo. Luego te llevaré al supermercado de mi barrio, donde
siempre hay un mendigo, y puedes darle el billete para que se compre comida
y empiece a ahorrar para la casa.

La chica pensó durante unos segundos; luego, mirándome fijamente a los ojos
me preguntó:
— ¿Y por qué no va el vagabundo a hacer el trabajo, y le pagas directamente a
él?

— Bienvenida a la derecha — le contesté.


Sus padres aún no me


hablan…



¿Son los controladores aéreos nuestros esclavos?

Después de las rebeliones de las masas, de las musas, de los robots y de las máquinas, ahora ha llegado la de los controladores aéreos.
Lo cierto es que toda rebelión presenta ciertos inconvenientes, inherentes a la propia situación derivada del hecho en sí; unos afectan a los que se rebelan, y otros a los que han de enfrentarse con la rebelión.
Los controladores españoles han puesto sus huevos y tetas encima de la mesa, han vuelto a gritar aquello de "¡no pasarán!", y el Gobierno los ha militarizado, ha separado sus atributos masculinos y femeninos de la madera, y ha hecho que vuelvan al trabajo. Ahora, los controladores son más odiados que los terroristas del Al Qaeda, y el Gobierno recibe felicitaciones hasta (casi) de la oposición. Los daños colaterales han sido muy notables (miles de personas pasándolas putas en todos los aeropuertos del país), pero bien está lo que bien acaba, y aquí paz y después gloria, y pelillos a la mar.
Hasta que se reproduzca la situación.
Porque nadie garantiza, por el momento, que a corto y medio plazo (una vez que se levante el famoso "estado de alerta", o como se llame), no volvamos a las andadas por enésima vez.
Parece ser que una controladora de Palma de Mallorca, la señora Cristina Antón, se ha manifestado en su blog de una forma que las autoridades han considerado "abusiva" (allá ellos), diciendo cosas como estas:

- No somos controladores suficientes, y es lo que hay. No damos abasto, coño. No os queréis enterar. Nos exigís currar todos los días para tener vuestros putos puentes y vuestras putas vacaciones. ¿Dónde cojones dice que seamos vuestros esclavos? Yo defiendo el último privilegio que me queda, que es el de pelear por recuperar mis derechos (lo que vosotros llamáis privilegios, que manda huevos), y mi dignidad profesional y personal.

Comentemos con brevedad los diferentes y substanciosos puntos del párrafo de marras:

1) Si no hay suficientes controladores, los sindicatos y la Administración tendrán que arbitrar los medios para que se cubran los puestos necesarios. Lo que está claro es que si hay pocos, y encima se quedan en casa, la jodimos.
2) Hasta pocos días antes del follón, daban abasto. En cuanto llegó el "puente" de la Costitución, no daban abasto. Eso es ir a joder al personal por la brava; lisa y llanamente.
3) Claro que nos queremos enterar; de hecho, nos estamos enterando bastante. No conozco a nadie que tenga unos ingresos como los controladores aéreos (si exceptuamos a los pilotos, y por ahí andará la cosa...)
4) No es que exijamos que curren todos los días para asegurar nuestros PUTOS puentes y nuestras PUTAS vacaciones, es que los controladores aéreos TIENEN QUE TRABAJAR TODOS LOS DÍAS, porque así lo demanda el mantenimiento de las conexiones aéreas de cualquier país. El trabajo de un controlador, por su propia índole, no puede ser suspendido los fines de semana (por ejemplo), como si se tratara de un simple dependiente de comercio, de un albañil o de un maestro, lo mismo que no pueden cerrar hasta el lunes las urgencias de los hospitales, la policía, los bomberos, las centrales eléctricas y los aerogeneradores, por citar sólo algunos casos. En cuanto a las vacaciones y puentes de los sufridos ciudadanos de a pie, no son más ni menos PUTOS que los de los propios controladores, aunque el hecho de calificarlos de esa forma ya nos habla del desprecio y la superioridad con que los ocupantes de las torres de control (algunos, al menos) contemplan al pueblo llano.
5) Que yo sepa, no está recogido en ley o decreto alguno que los controladores sean nuestros esclavos, pero tampoco que los ciudadanos lo seamos de ellos. Si los derechos propios acaban donde empiezan los derechos de los demás, los controladores aéreos españoles tienen materia suficiente de meditación para los próximos días.
6) La señora Antón lucha por defender sus derechos, a los que nosotros, la chusma, denominamos indebidamente "privilegios". Examinemos la situación actual de los controladores españoles:
En los turnos de seis horas, trabajan cuatro y descansan dos, con la misma rotación en los turnos de doce horas.
Tienen 45 días de vacaciones.
Los que menos ganan (unos 1500 de estos especialistas), ingresan 350.000 euros anuales, mientras que en Alemania ganan 150.000 y en Inglaterra 120.000. Los otros 900 restantes (el total de la plantilla parece ser de 2400), recibe entre 450.000 y 970.000 euros al año. Hay que reconocer que el jornal no está nada mal, ¡caramba!, sobre todo en un país repleto de mileuristas. Yo trabajo 8 horas al día, cinco días a la semana, y no me aproximo ni de muy lejos a esos sueldos. Cierto es que no tengo las vidas de miles de personas en mis manos, pero tampoco hay que exagerar... Cada cual está preparado para desarrollar su labor de acuerdo con sus conocimientos y con los instrumentos de que dispone, a todos los niveles, y los controladores no son una excepción.
En conclusión... pues que habrá que esperar a ver qué pasa, ¿no?
¡Ah!, y de mayor, mamá, quiero ser controlador aéreo.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El filósofo de vía estrecha (relato)

Para que tengáis algo que hacer en este largo fin de semana (en España), publico a continuación otro de mis profundos y dramáticos relatos. Está basado en hechos reales (aunque no recuerdo cómo ni dónde se desarrollaron), o en hechos que serán reales en un futuro no muy lejano (y eso sí que es bastante probable, tal como vamos) Es un cuento jocoso-lacrimógeno: los que se rían sólo tendrán que pagar 1 euro; los que lloren, 2, y los que se rían y lloren 3, por abusones.


EL FILÓSOFO DE VÍA ESTRECHA

Cristóbal Trespaderne Jaramillo no era nada. Bueno, era una persona normal, dando por supuesto que los habitantes de este zarandeado planeta puedan ser calificados de esa forma. Pertenecía al grupo de los sin fama, sin dinero y sin poder. A la mayoría silenciosa. Temblaba cuando llegaba la época de presentar la declaración de la renta en las oficinas de la Hacienda Pública y aguardaba después, esperanzado, la devolución de unos cuantos euros, considerándola como un regalo de los propios dioses. Trabajaba ocho horas diarias en un trabajo monótono y aburrido, como el resto de las personas normales; se momificaba seis horas al día, intentando desesperadamente hallar imposibles diversiones delante de la pantalla de su televisor de veintiocho pulgadas con teletexto y sonido estereofónico, y maldormía otras ocho horas soñando con el retorno a la rutina del día siguiente. Los viernes, de once y media a doce de la noche, acostumbraba a hacer el amor con su señora, pero este punto puede ser considerado como irrelevante.

Utilizaba una pequeña parte de las dos horas restantes —media hora, minuto más o menos— en alimentarse, y el resto —causa de su perdición— en leer, en pensar, en filosofar y en escribir, sobre todo poesía. Era una poesía triste y melancólica, con ramalazos incontrolados de odio y de furor hacia el mundo en general, y hacia su propia e inconmensurable desgracia en particular. Era el tipo de poesía que escribiría un perro apaleado al que los años y los golpes hubieran arrancado uñas y dientes.

Habría regalado su alma al diablo por ser escritor, pero era consciente de que, dentro del inacabable conglomerado de sus sueños y deseos imposibles, aquél era, precisamente, el más irrealizable. Intuía que el escritor debe ser capaz de resurgir de sus propias cenizas; de reverdecer, como yerba de primavera desde la tierra carbonizada por el fuego solar; de sobreponerse a sus propios dolores y miserias para verterlos, convenientemente transformados, en agua vivificadora de espíritus sedientos. Y él, sencillamente, no podía hacerlo. Ni era capaz de superar sus propias y subjetivas limitaciones, ni su forma de vida contribuía en modo alguno a excitar sus afanes creativos. Prefería compadecerse de sí mismo y pergeñar poemas con versos y más versos, sin preocuparse de ritmo o rima pero, eso sí, despotricando contra todo y contra todos. Era su válvula de escape.

A pesar de todo, era capaz de pensar.

Y, en consecuencia, de cuestionar.

En el desprecio que sentía por sí mismo y por su innata cobardía, se enraizaba profundamente el que sentía por el resto de la sociedad. Ese sentimiento constituía su escudo y su defensa contra la vulgaridad del día a día. Era lo único que le diferenciaba de los demás, de la masa; su propia señal de identidad en medio del grandioso rebaño de descerebrados borregos. ¡Estaba convencido de que era una mierda! ¡Pero él lo sabía! Los demás, que vociferaban en los campos de fútbol, o vitoreaban a grupúsculos musicales inclasificables, o clamaban en defensa de ideas políticas ajenas, o babeaban sobre las rojas alfombras de terciopelo tendidas para acoger el majestuoso desfile de la nobleza, no lo sabían.

¡Esa era su gran diferencia!

Y estaba orgulloso de ella.

De vez en cuando, sus sentimientos, sus frustraciones, sus desdenes, quedaban condensados y materializados en frases axiomáticas que anotaba cuidadosamente en un cuaderno de hojas cuadriculadas. Aquellos pensamientos escritos eran la expresión de su particular filosofía. Gracias a ellos se consideraba un filósofo. De vía estrecha, bien, pero filósofo al fin. Prefería autoclasificarse como de vía estrecha antes de que lo hicieran los demás, por si algún día —por esas vueltas tan extrañas que da la vida— sus Pensamientos durante el Afeitado —así los denominaba— salían a la luz pública. No era muy probable que sucediera, pero nunca se sabe. Al fin, ¿quién era Cristóbal Trespaderne Jaramillo frente a insignes personajes, universales pensadores, como Kant, Schopenhauer o Engels?

A nadie leía sus poemas. Con nadie compartía sus Pensamientos.

Pero un buen día, ojeando el diario, encontró un anuncio que le interesó sobremanera: "¿Quieres formar parte de un grupo de creación artística y literaria? Acude a la reunión preliminar que se celebrará en la cafetería Los Galgos el próximo viernes, a las siete de la tarde."

Si algo necesita un filósofo poeta es dar a conocer su obra e intercambiar puntos de vista con otros intelectuales.

Así que se presentó en la reunión a la hora fijada.

Unas cuarenta personas de ambos sexos, de toda edad y condición, habían acudido a la llamada igual que él.

No conocía a nadie, pero en pocos minutos se rompió el hielo y empezaron a diseñar un plan de acción en el que destacaban numerosos proyectos culturales, desde publicación de poemas y relatos hasta representación de obras teatrales.

El incipiente grupo creativo acordó, por unanimidad, reunirse todos los viernes para continuar avanzando hacia metas comunes.

Y así lo hicieron.

Pasaron varios meses y Cristóbal era casi feliz. A pesar de que no congeniaba con algunos de sus compañeros, había encontrado muchas almas gemelas con las que compartir inquietudes y poemas, y esperaba con impaciencia la llegada del viernes para escuchar los trabajos ajenos y leer los propios. Hasta creía percibir un cierto halo de admiración en torno suyo, lo que le proporcionaba una agradable sensación de orgulloso bienestar.

Dentro del grupo coexistían todas las tendencias artísticas, desde poetas y novelistas hasta bailarines y coreógrafos, pasando por pintores, guionistas y animadores de calle.

Cierto día, uno de los miembros más inquietos, muy relacionado con los ambientes culturales de la ciudad, abrió la reunión con una noticia que les pareció fantástica:

—El Concejal de Festejos me ha preguntado si podríamos montar una representación para las fiestas del barrio. Le he dicho que sí.

—¡Bien! —gritaron todos.

—Quiere que sea algo diferente; algo que llegue al público. No la función de teatro habitual, con tres actos y telón.

—¡Estamos a las puertas de la gloria! —exclamó uno.

—¡La fama nos reclama! —proclamó una morenita muy graciosa.

—¡Gracias, Musas, por haber escuchado nuestras súplicas! —oró un tercero.

—¿Qué es lo que vamos a hacer? —preguntó Cristóbal, obligándoles a poner los pies en el suelo.

A partir de aquel instante la actividad fue frenética. Carecían de instalaciones y de dinero, pero les sobraban ideas. En poco más de dos horas consiguieron establecer un programa de actuaciones más que satisfactorio. Danzas, recitales y música constituían el grueso del espectáculo. Fulgencio, un chaval delgadito y muy despierto, que estudiaba en la Facultad de Ciencias de la Información, elaboró con prontitud y detalle el correspondiente guión, aprobado por aclamación entusiasta.

—Sólo me preocupa una cuestión —dijo Fulgencio. Y, ante la mirada inquisitiva de sus compañeros, prosiguió—: La representación no se hará en un teatro, como sabéis, sino en el auditorio del parque, al aire libre. Por tanto, no habrá telón. Me gustaría hacer algo para entretener al público entre cuadro y cuadro, mientras los actores se cambian de ropa o preparan los instrumentos. Algo que dé solución de continuidad al espectáculo.

—Puedo salir yo y leer mis Pensamientos filosóficos —intervino Cristóbal—. Algunos son muy divertidos.

—¿No nos apedrearán? —observó una pelirroja pecosa de largas trenzas.

—¡Joder!, no creo —replicó Cristóbal—. Uno es humilde pero tiene su pizca de calidad.

—Nada, nada; está hecho —dijo Fulgencio—. Es lo más adecuado. Pero selecciona los mejores, ¿eh? ¡Que te conozco!

—Todos mis Pensamientos durante el Afeitado son ardientes dardos lanzados al corazón de la muchedumbre —afirmó, entre jocoso y soberbio, Cristóbal, el filósofo de vía estrecha.

—A ver si se van a quemar —dijo un chungo.

Comenzaron los ensayos el viernes siguiente y, poco a poco, la obrita fue tomando forma y ellos ánimos. Hasta que quedaron francamente satisfechos.

Así llegó la noche del debut.

El auditorio público era un semicírculo de hormigón con doce filas de asientos formando escalera y un pequeño escenario cerrando el perímetro. Cristóbal estimó su capacidad en unas seiscientas personas, y estaba casi lleno. De lejos, llegaban los sonidos de las atracciones de feria, instaladas en el barrio para divertimento de chicos y grandes, pero no resultaban molestos. La noche, veraniega, cálida y estrellada, les era totalmente propicia.

A las once en punto, como estaba anunciado, el propio Fulgencio, el guionista, subió al escenario para hacer la presentación, siendo acogido por una gran salva de aplausos que agradeció con una graciosa reverencia.

—¡Señoras y señores; amigos todos: El grupo de creación artística Casco Viejo tiene el honor de presentar ante ustedes su espectáculo Inspiración y Armonía! ¡Esperamos que resulte de su agrado! ¡Muchas gracias por su asistencia!

Atronador aplauso mezclado con silbidos de ánimo.

El primer número fue una danza autóctona, ejecutada por seis chicas del grupo, que se movieron ágilmente por el escenario a los sones de flautas y tamboriles.

Se retiraron entre grandes aplausos y entonces, disfrazado con una enorme barba negra, unos anteojos de alambre y un sombrero hongo, Cristóbal realizó su primera aparición en escena. Con voz exageradamente gutural, recitó:

—Prefiero los amores que matan, a los que dejan parapléjico y descerebrado.

Y al público le encantó.

Aplaudieron y silbaron a rabiar, hasta que una poetisa ocupó el escenario para recitar una encendida oda, que glosaba la entrega de los amantes y el dolor de la ausencia en una noche de luna llena.

Después, Cristóbal retornó, triunfante:

—Educación es ese cúmulo de exquisitos modales que exhibimos cuando nuestro interlocutor es más fuerte que nosotros.

Unos se lo tomaban a chirigota y otros en serio, pero todos jalearon su intervención.

Tras un sugerente y emotivo número de expresión corporal, ejecutado por Marixa, Anabel y Marga, Cristóbal enfatizó:

—¿A qué viene tanto escándalo?: ¿qué es una prostituta, sino una profesional que nació con sus herramientas de trabajo pegadas al cuerpo?

Se había metido al público en el bolsillo. Cuando bajó del escenario, sus compañeros le palmearon la espalda, haciendo comentarios elogiosos.

Uno de los más jóvenes miembros del grupo recitó, con calor y apasionamiento, el monólogo de Hamlet, príncipe de Dinamarca, y su interpretación fue muy bien recibida por el respetable, pero era evidente que el personal ya no tenía ojos y oídos más que para el tipo de la barba y del sombrero hongo. Le ovacionaban apenas ponía el pie sobre el escenario.

Y Cristóbal, henchido de satisfacción, siguió desgranando, entre actuación y actuación, sus personales Pensamientos durante el Afeitado:

—Cuando la masa es obediente y servicial recibe el apelativo genérico de "patriotas"; cuando actúa fuera de control, exigiendo sus derechos, se la denomina "populacho".

—Todo hombre es libertador y carcelero de sí mismo.

—Si la muerte es el final del camino, ¿a qué preocuparse en afanes y deseos vanos?; si no lo es, ¿a qué preocuparse en vanos afanes y deseos?

—Decir que todos los hombres nacen iguales es una estupidez; impedir que sean verdaderamente iguales, es un crimen.

—Es absolutamente imprescindible que vuestra mente esté siempre ocupada. Si así no fuera, podríais llegar a pensar.

—Cuando a la calle no quiere salir el gato, o abrasa el sol o hay frío para rato.

Grandes risotadas.

—Aquella señorita ligaba menos que una monja de clausura dentro de un armario.

El público se desternillaba.

—Servidor liga menos que Jeremías Johnson en una ventisca.

Se tronchaban.

Le pareció que era demasiada broma y retomó la línea seria.

—No intentes erigirte en líder de la Humanidad aunque estés en posesión de la verdad: los actuales dirigentes te degollarían. Recuerda a Cristo, Ghandi o Luther King. Lo verdaderamente importante es que seas líder de ti mismo.

—¡Es un filósofo barato! —decía uno del público.

—¡De vía estrecha! —ratificaba otro.

—¡Es un genio! —contraponía un tercero.

—¡Es un tío cojonudo! —elogiaba un cuarto.

Después de la interpretación a la guitarra de un fragmento de Noches en los Jardines de España, Cristóbal recitó:

—Los habitantes de Africa tienen muchos problemas pero, gracias a Dios, el de la obesidad no está entre ellos.

Como colofón, todos los miembros del grupo interpretaron a coro una conocida canción popular, pero el público, entusiasmado, quería más.

—¡El del bombín! ¡Que salga el del bombín!

Chillaban, silbaban, pataleaban y no parecían tener intención de abandonar el auditorio, así que el presentador, sonriendo de oreja a oreja, anunció:

—¡Con todos ustedes, y como final de nuestro espectáculo, Cristóbal Trespaderne…!

Cristóbal, creyendo que se marchaban a casa, se había quitado la barba, las gafas y el sombrero, y subió al escenario algo trémulo con sus folios en la mano.

Fue recibido con una ovación de antología.

Una vez hecho el silencio, leyó, con voz perfectamente entonada:

—No pienses; no protestes; no cuestiones; no dudes: el Estado es tu padre y la Ciencia tu madre. Estás en buenas manos. Sigue feliz el rumbo prefijado de tu vida hasta el próximo abismo. Sé un buen ciudadano.

—¡Otro…; otro…; otro...!

—En los países totalitarios no hay libertad de expresión; no está permitido decir lo que se piensa. En los democráticos, todas las personas pueden decir lo que piensan, pero nadie les hace ni puto caso.

—¡Otra…; otra…; otra...!

—La esperanza es un íntimo sentimiento que nos lleva a creer que lo peor ha pasado y lo mejor está por llegar; el miedo es el sentimiento que se genera en nuestro interior cuando la perdemos al pensar que la muerte es el fin de todo; el buen humor es el resultado de considerar lo anterior como una sarta de estupideces.

—¡Mucho…; mucho…; mucho...!

—Desgraciadamente, los progresistas de hoy están condenados a ser los nostálgicos de mañana.

—¡Bravo! ¡Muy bien!

—Dadme un punto de apoyo y no sólo moveré el mundo, sino que lo haré rodar hasta el vertedero más próximo.

—¡Torero…; torero…; torero...!

—Me preocupo especialmente cuando un organismo oficial me pide calma y tranquilidad, y me aconseja que no me preocupe.

—¡Olé!

—El ejercicio de la política empieza con la adhesión personal a ideas o principios inquebrantables; prosigue con la defensa a ultranza del mejor proyecto, del líder indiscutible y de unas vulgares siglas, por este orden, y termina en una carrera desenfrenada por satisfacer los propios intereses. Todo ello, en el nombre y para bien del pueblo.

—¡Olé!

—Las ovejas que encabezan el rebaño no suelen ser las más inteligentes, sino las más codiciosas.

—¡Olé!

—¿Hay que cambiar al mundo para que viva el hombre, o hay que cambiar al hombre para que viva el mundo?

—¡Olé!

—No es cierto que la esperanza sea lo último que se pierde; lo último es el autobús.

Carcajada general, ovación y nuevos gritos de ánimo.

—Es posible que el hombre que entrega su propia vida en defensa de la libertad sea un estúpido idealista, pero el que es capaz de matar en nombre de esa libertad es un mentiroso asesino.

Un tipo corpulento, de mediana estatura y larga cabellera, vestido con pantalón vaquero y cazadora de cuero, saltó desde la tercera fila y se dirigió velozmente hacia el escenario. Gritaba como un poseso:

—¡Es el diablo! ¡Es el diablo!

Algunos callaron, sin comprender lo que sucedía. Otros jalearon la intervención.

El hombre de la cazadora de cuero estaba ya sobre el escenario.

—Perdone, pero aún no he terminado... —empezó a decir, amablemente, el satisfecho Cristóbal.

El hombre de la cazadora de cuero sacó una escopeta de cañones recortados, oculta hasta entonces debajo de la cazadora de cuero, y descargó los dos cartuchos sobre el desprevenido Cristóbal, que se partió por la mitad como segado por una invisible guadaña. Cayó sobre el escenario, chorreando sangre, mientras en su boca se mezclaba el dulzón sabor del rojo líquido vital con el de las mieles del efímero triunfo.

¿Efímero?

El hombre de la cazadora de cuero siguió gritando, en medio del escenario, mientras la gente huía aterrada:

—¡Era el diablo! ¡Era el diablo! ¡Muerte a las sectas! ¡Viva la libertad!

Cristóbal intentó articular unas últimas palabras de agradecimiento hacia su matador, con los estertores de su breve agonía. Quiso decirle que le había convertido en un verdadero filósofo, en un mártir de sus ideas; que ya no se sentía un filósofo de vía estrecha, sino un pensador capaz de conmover a las masas con su ideario. Pero sólo pudo expirar, arrojando una postrera bocanada de sangre.

En pocos minutos pasó del anonimato a la gloria, y de ésta a la posteridad.

¡Y es que la vida tiene cada cosa...!

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La economía y los esclavos


Érase una vez un amo que tenía enormes plantaciones de algodón y muchos esclavos para trabajarlas. La producción era alta, los precios muy buenos y los esclavos baratos, y el amo vivía como un sultán de las Mil y Una Noches.
Pero un día la demanda de algodón bajó, y, en consecuencia, los ingresos disminuyeron. Había que reducir gastos. El amo pensó en vender alguna de sus doce mansiones, pero desechó inmediatamente tan alocada idea. ¿Los carruajes, quizá? No; ni hablar. ¿Las tierras; los caballos; los barcos...? ¡Que no, carajo¡ ¡Que todo eso es mío, y con lo que me ha costado ganarlo no voy ahora a tirarlo por el desagüe! ¿Sabes qué vamos a hacer...? Pues mira: echaremos a los criados de las mansiones, que cobran un sueldo del copón y se comen hasta las cortinas, y los sustituiremos por esclavos, que no cobran y trabajan el doble; y a los esclavos les reduciremos la ración de comida a la mitad, les daremos ropa una vez cada cinco años y les haremos trabajar tres veces más. ¡Ah!, por supuesto, los esclavos muertos no serán reemplazados, que están carísimos. Los que queden tendrán que hacer su trabajo. Yo creo que con estas medidas podremos salir de la crisis sin mayores problemas.
Mientras tanto, en un lejano país, al otro lado del inmenso y azul océano, un presidente de Gobierno también reducía gastos. Como había muchos parados de larga duración y pocas posibilidades de encontrar empleo, que no tenían con qué llevar un pedazo de pan a su hogar, tiempo atrás y graciosamente ordenó que se les entregara la cantidad de 426 euros al mes (por tiempo limitado, pero prorrogable), pero, vistas las circunstancias, y como el presupuesto del Estado corría un serio riesgo, reordenó que tal ayuda desapareciera de inmediato, con lo que aquellos pobres miserables, desfavorecidos por la fortuna, cayeron en la más honda desesperación, sin que sus quejas y llantos conmoviesen al gobernante, porque el interés de la patria estaba por encima de todo.
Sin embargo (y ésta es la parte buena del cuento), el Gobierno, a pesar de sus graves problemas económicos, no olvidaba a sus amigos. Por eso hizo que una ex-vicepresidenta, apellidada De la Vega, duplicara su suelo, pasando de cobrar 73.486 euros brutos anuales a 142.367, y asegurándole una pensión de jubilación de 11.803 euros mensuales, en lugar de los 645 euros que cobraba una gran parte de la chusma.
Y todos vivieron felices y comieron perdices (los de arriba, claro), y a mí no me dieron porque no quisieron (como siempre)
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
¿O no...?