En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

jueves, 31 de marzo de 2011

El motor de agua

Hace muchos años que tengo muy claro que nos engañan como a verdaderos imbéciles que somos, y uno de los engaños más grandes es el que se refiere a los problemas energéticos derivados del uso de combustibles fósiles, con su contaminación añadida. ¿Habéis observado que el petróleo puede subir o bajar de precio, pero la gasolina y el gasóleo nunca bajan? ¿Quiénes nos venderán -o, al menos, lo intentarán- los combustibles del futuro?: los mismos que hoy en día llenan nuestros depósitos a precio de oro.
No voy a extenderme más. Eso sí, os dejo tres vídeos muy interesantes. Si disponéis de 15 minutos, no dejéis de verlos; merece la pena.
Bendita sea Internet, porque hace que la verdad sea cada vez más difícil de ocultar. 
Cualquier día nos la cierran; ya veréis...


5 millones de dólares en un día

El actor Leonardo Di Caprio recibirá 5 millones de dólares por rodar un anuncio para una compañía china de telefonía. El rodaje le supondrá un día de trabajo.
¿Alguien tiene dudas de por qué el mundo está como está...?
Sin comentarios; sólo algunas imágenes ilustrativas.





miércoles, 30 de marzo de 2011

Fukushima, mon amour, o el tiempo todo lo borra.



No sólo tenemos una débil memoria, sino que nos bombardean continuamente con un cúmulo de información que lo único que consigue es distraernos. Quizá, precisamente, ése sea su objetivo.
Las consecuencias del incidente en la central nuclear de Fukushima son imprevisibles, y más para nosotros, que carecemos de datos fiables. Intuimos que la cosa ha sido -y será- gorda, pero esperamos anhelantes cualquier comentario que nos tranquilice de una vez por todas.
Pero dentro de poco -al tiempo- todo estará olvidado.
¿Quién recuerda el fallo de la central de Three Mile Island, en Pensilvania? ¿Quién recuerda, siquiera, el mes en que se produjo la crisis de Chernobyl? ¿Quién es capaz de retener en su memoria los incidentes habidos en centrales nucleares españolas...?
De nuestros fallos de memoria se beneficia el "lobby" nuclear, que sólo tiene que esperar el paso del tiempo para seguir haciendo de las suyas. El tiempo siempre juega a su favor, porque nuestra memoria es débil, pero su codicia no.
Las partículas de yodo 131, procedentes de Fukushima, han llegado a la costa este de China; cuatro de los seis reactores de esta central han vertido material radiactivo al aire y al mar; la gente evacuada no podrá regresar "próximamente" a sus hogares; el nivel de yodo radiactivo en el mar, cerca de la central, es 3.335 veces superior al límite de seguridad legal; hay plutonio en el suelo de las instalaciones, y una nube radiactiva alcanzó California el pasado viernes, día 18, y se extendió luego hacia Utah, Nevada y Arizona, pero los medios de comunicación ya no publican la noticia en primer lugar, ni en segundo, ni en tercero; ahora hay asuntos más importantes que tratar...
Y en pocas semanas nadie se acordará de Fukushima.
Eso es lo que están esperando. Como siempre.
Hablan de cubrir con telas los reactores; de desmantelar por completo las instalaciones... 
Una cosa es cierta: el daño ya está hecho, y si Fukushima hubiera sido una central térmica, todo eso no habría pasado.
Aunque desmonten pieza a pieza la central nuclear de Fukushima -lo que puede llevar años-, la zona ya está maldita, y los restos nucleares, se pongan donde se pongan, seguirán activos durante 20.000 años.
No voy a escribir más sobre este asunto (salvo que sea absolutamente necesario), pero tampoco voy a olvidar.
No olvidéis vosotros.
La energía nuclear no es barata, ni limpia, ni segura.

martes, 29 de marzo de 2011

La primavera la sangre altera



No hay duda de que la primavera la sangre altera. Si no estáis de acuerdo, fijaos en este ejemplar de ánade real, también llamado azulón, fotografiado por mi hija en el Parque de Salburúa, en las cercanías de Vitoria, el pasado fin de semana. Ya sé que la fotografía es casi pornográfica, y que atenta contra la intimidad del afectado, pero la culpa es suya por mostrar sus atributos en público, sabiendo que había niños cerca, y, sobre todo, fotógrafos.

domingo, 20 de marzo de 2011

A 10.000 kilómetros de Fukushima

Explosión en la central nuclear de Fukushima


He dejado que pasen los días; voluntaria y conscientemente...
Me he estado conteniendo para no soltar una sarta de exabruptos contra todos los que nos han vendido la energía nuclear como "la más económica, limpia y segura", aduciendo, además, que es "la única que puede satisfacer nuestras necesidades energéticas para el futuro", cuando Greenpeace ya ha presentado un proyecto que cubriría 56 veces la necesidad de energía eléctrica en España en el año 2050, utilizando únicamente las renovables.
Mi primera intención fue escribir un artículo poniéndome por sombrero hasta a la madre que los parió, pero no tiene sentido. He leído muchísimos comentarios desde que empezó la crisis de Fukushima, y observo con cierto desaliento que aún hay gente -no sé si de buena fe, o movida por intereses particulares- que defiende la necesidad de las centrales nucleares. Es más, algunos venían a decir que no se utilice la catástrofe de Fukushima para despotricar contra la energía atómica, pues se trata de un simple accidente sin mayor trascendencia, que no invalida la necesidad de las plantas nucleares para un futuro energético seguro.
¡Manda cojones...!
¿Es que no son capaces de ver que si Fukushima hubiera sido una central eólica, solar o hasta térmica, el problema no habría existido, a pesar de terremotos y tsunamis...?
Los problemas de las nucleares son siempre los mismos. Mientras funcionan regularmente -tengo una instalada a 40 km. de mi casa- todo va bien, si exceptuamos la gestión de sus residuos, que son transportados de matute y enterrados en lugares más bien ignotos, y que permanecen activos durante 20.000 años. ¡¡¡20.000 años, señores...!!! Un legado envenenado que recibirán por sorpresa las  siguientes doscientas generaciones de seres humanos, sin comerlo ni beberlo. Pero cuando fallan -y no ha sido ésta la primera vez, ni será la última-, cuando se "descontrolan", no hay hijo de madre que las vuelva a controlar, al menos de inmediato. No son como el motor de un coche, que se para con girar la llave de contacto. Así que ahora, en Japón, hay gente directamente afectada por las radiaciones -trabajadores y bomberos de la central-, incremento de los niveles radiactivos hasta en Tokio, y contaminación radiactiva de aguas y alimentos, sin contar con los problemas que surgirán con la pesca en el mar y en los ríos. Y estos problemas no se limitarán a Japón, sino que se extenderán y afectarán a una gran parte del mundo.
No voy a prodigarme en exceso. A buen entendedor...
Quiero terminar remarcando que la energía nuclear, aunque lo asegure el mismísimo obispo de Calahorra, no es limpia, ni barata, ni segura, y, aunque os creáis a salvo en el cálido confort de vuestros hogares, todos corremos el mismo riesgo que los habitantes de Fukushima. ¡Son necesarios 20.000 años para que los residuos radiactivos dejen de ser peligrosos...! No lo olvidéis, queridos.
He compuesto este poema para conmemorar la efemérides. Espero que os guste.


NUCLEARES, NO; GRACIAS…

Hoy falló la central de Fukushima;
ayer en Chernobyl brotó la muerte;
mañana sufrirán la misma suerte
ciudadanos de Londres o de Lima.
Me duele el corazón; me da la grima
pensando cómo el rico se hace fuerte
tras el dinero cruel, frío e inerte,
sin que pierda un comino su autoestima.
Nos vendieron muy bien las nucleares
los expertos y técnicos al uso,
sin dudas, ni problemas, ni pesares,
pero ahora el mundo grita: “¡Yo os acuso
de emponzoñar las tierras y los mares,
y tendréis que pagar por tal abuso…!




Al poco de terminar este trabajo, me he dado de bruces con un artículo periodístico que describe las opiniones de las buenas gentes que viven junto a la central nuclear de Santa María de Garoña, que dista unos 70 km. de Burgos y 30 km. de Vitoria, en línea recta. El título no puede ser más sugerente: "Garoña pasa de Fukushima".
Y es que ahí está el problema, precisamente; en que una vez instaladas, todo el mundo pasa de ellas, hasta que pasa lo que pasa.
Vivimos en un mundo de "expertos" en todos los campos. Ellos nos guían, nos aconsejan, nos tranquilizan y nos dicen que no nos preocupemos cuando ocurre lo peor. Las centrales nucleares son a la sociedad lo que la endoscopia al enfermo: te la meten por cualquier agujero, y ya está. Con una salvedad, cual es que el doctor retira el instrumental endoscópico una vez terminado el examen, pero las centrales atómicas te las meten por el culo con abundante vaselina propagandística, y se quedan ahí -sin ningún problema, en apariencia- hasta que los casos de cáncer se multiplican por mil, o hasta que explotan.
No sé si Dios existe, pero estamos en sus benditas manos...


miércoles, 9 de marzo de 2011

Siguen tomándonos el pelo

Ferrari FF
Antes de irme a dormir leo esta interesante noticia: "Vendida toda la producción de 2011 del Lamborghini Aventador"
Sigo leyendo, y compruebo que también están vendidos todos los Ferrari FF.
Son cochecillos que andan por los 700 CV y cuestan unos 260.000 euros.
Yo no he podido comprar ninguno. ¿Y vosotros...?
"Los de siempre" siguen descojonándose de nosotros, los siervos, a la puta cara.
Pido perdón a los lectores por el lenguaje empleado, pero me vienen a la mente los 4 millones de españoles que están en el paro (algunos de los cuales tendrán la suerte de cobrar 400 euros/mes durante medio año), y los cientos de millones de buenas gentes que pasan hambre en el mundo, y me sube la sangre a la cabeza.
¿Dónde está la crisis?
Donde siempre ha estado: en las minúsculas vidas de todos los pequeños habitantes del planeta, que, como disciplinadas hormigas obreras, trabajamos y morimos para que "ellos" sigan disfrutando de sus lujuriosas prerrogativas.

Lamborghini Aventador




jueves, 3 de marzo de 2011

Aston Martin pasa de coches eléctricos

Aston-Martin Vantage 2011




En plena crisis económica; con los precios de los combustibles por las nubes y la contaminación atmosférica asfixiando las grandes ciudades; cuando todo el mundo -en teoría- busca alternativas racionales y económicas al transporte por carretera, los directivos de Aston-Martin se han descolgado en Ginebra con eso de que ellos pasan de la electricidad en los automóviles. Concretamente, el jefazo de la firma, Ulrich Bez, ha declarado: “Yo no concibo el motor eléctrico como una innovación. El profesor Porsche ya construía este tipo de coches en 1914. Podían recorrer 80 km a 80km/h”
El asunto no admite discusión, por supuesto. 
No admite discusión porque a los que están en disposición de adquirir este tipo de cochecillo (unos 200.000 euros, entre una cosa y otra), lo del gasto, la contaminación, los límites de velocidad y el bien común les importa un huevo. Ellos tienen dinero suficiente para pagar las multas que sea necesario y hasta las amistades para eludirlas, si fuera menester; y la pureza del aire o del agua no les preocupa, ya que disponen de suntuosas mansiones con naturaleza privada, depuradoras de última generación y aire acondicionado hasta en la sopera. 
Ellos son, en su mayor parte, los responsables de toda esa problemática.
Y no me digáis que soy tendencioso, por favor.
Asomad la cabeza al mundo y mirad atentamente.

martes, 1 de marzo de 2011

MAL DE MUCHOS... ¡EPIDEMIA!



Aquí os dejo otro de mis interesantes relatos, que espero os llene de satisfacción y regocijo (dentro de su natural dramatismo) Es algo que, tal como está el mundo, le puede pasar a cualquiera; así que mucho cuidado, jovenzuelos...



MAL DE MUCHOS... ¡EPIDEMIA!


—¿Quería usted verme, señor comisario?
El hombre maduro y corpulento, de cabello cano y abundante peinado hacia atrás, ocupado en firmar documento tras documento con una magnífica estilográfica de oro al otro lado de la amplia mesa de despacho, levantó sus ojos inteligentes y perspicaces, que parecían brillar con luz propia tras las negras y anticuadas gafas de concha, hacia el recién llegado.
—Pase; pase, Valdivielso —invitó con un gesto de su mano diestra, sin soltar la pluma—. Siéntese, por favor.
El inspector-jefe, alto, delgado, moreno, barbudo y sonriente, vestido con pantalón vaquero, cazadora negra de cuero, camisa leñadora a cuadros blanquirrojos y botas de media caña, obedeció a su superior ocupando una silla frente a él.
—Lamento el retraso, jefe —dijo, en tono de disculpa—, pero he estado dando vueltas toda la mañana con el asunto del violador.
—Sí; lo sé. No se preocupe. Precisamente me gustaría saber si hay alguien en su grupo que pueda asumir la dirección de ese caso.
El rostro de Valdivielso expresó cierta sorpresa.
—Por supuesto, jefe. González, sin ir más lejos, está capacitado de sobra y conoce todos los detalles. Pero el caso es mío y me gustaría solucionarlo personalmente.
—Las necesidades del servicio están por encima de nuestras preferencias, Valdivielso, y le necesito para otra investigación.
—Usted manda. Soy todo oídos.
—Bien. Escuche con atención. Ya sabe que si hay algo que me resulte especialmente molesto es tener que repetir las explicaciones.
—Adelante. Le escucho.
—El director del Hospital General, buen amigo mío, me ha enviado un expediente que contiene, entre otras cosas, los historiales clínicos de un par de docenas de pacientes terminales que fallecieron en el centro durante los últimos seis meses.
—Estando en fase terminal es lógico que fallecieran…
—Evidentemente, pero no que lo hicieran meses antes del plazo previsto por la ciencia y de fallo cardíaco, cuando sus constantes ofrecían un cuadro en apariencia estabilizado.
Valdivielso se removió en la silla, inquieto e interesado. Como buen cazador había olfateado la presa.
—¿Un psicópata suelto por las salas del hospital?
—Creo que no es tan sencillo —replicó el comisario—. Me inclino a pensar en una red organizada con meticulosidad e inteligencia para practicar la eutanasia de forma masiva.
—¡Hostias…! Usted perdone, jefe. ¿Cómo lo han descubierto?
—Podría decirse que por casualidad, pero yo estoy convencido de que la casualidad no existe. Mi amigo revisaba la documentación antes de dar su visto bueno para que fuese archivada, cuando se apercibió de algunas notables coincidencias. Naturalmente, se dedicó a estudiar a fondo la cuestión, examinando los historiales letra por letra, hasta que sus vagas sospechas se materializaron en certidumbre absoluta: alguien se ha cargado a dieciocho personas en pocos meses…
—¿Cómo?
—Imposible saberlo. Las presuntas víctimas están enterradas, la mayoría desde hace mucho tiempo, y no podemos solicitar al juez una orden de exhumación general basándonos en conjeturas. Y aquí es donde entra usted en juego.
—¿Cuándo empiezo, jefe?
—Espere. No sea impaciente. Todos los casos tienen su origen en la quinta planta, afectan a enfermos desahuciados y, curiosamente, los fallecimientos se produjeron entre las dos y las cinco de la madrugada.
—¡El equipo de enfermería, jefe! ¡Está clarísimo! Alguna niñata iluminada por el espíritu de la salvación eterna, que quiere evitar sufrimientos a los pobres moribundos.
—Eso creímos al principio, pero lo hemos descartado definitivamente después de una cuidadosa investigación sobre todo el personal. Nos inclinamos más por los acompañantes nocturnos de los enfermos.
—¡Joder…! Perdone, jefe. No se me había ocurrido.
—Corren rumores sobre la existencia de una secta autodenominada "Paz a los hombres de buena voluntad", que preconiza el derecho a morir con dignidad y, por supuesto, la eutanasia. Es posible que algunos de sus miembros hayan conseguido introducirse en el hospital como cuidadores, en aquellos casos en que los familiares no pueden velar a sus enfermos. Como usted sabe, este tipo de servicios se contrata verbalmente y no hay posibilidad de comprobar listado alguno en el hospital, toda vez que la asistencia es ajena al establecimiento.
—Y, ¿qué quiere que haga, jefe?
—Usted ocupará inmediatamente una cama en esa planta, como enfermo de cáncer de pulmón. Su expediente está preparado ya, con todos los detalles anatómico-fisiológicos y clínicos. Es un historial completo y real. Para todo el mundo, usted será un paciente en fase terminal. Una ambulancia le recogerá en su domicilio esta tarde, a las cinco, e ingresará en la habitación 506. Estará solo, dada su extrema gravedad, para favorecer la acción en caso necesario. Diga a las enfermeras que carece de familia y que necesita de alguien que le asista por las noches. Ellas se encargarán de expandir el tufillo del cebo. Por lo demás, compórtese como un paciente normal, pero no olvide su pistola y su transmisor. Dos hombres permanecerán de guardia permanente en la sala de visitas, a la espera de su llamada. Deberá dormir durante el día, cuando pueda, y vigilar sin descanso por la noche, porque la persona que se siente al pie de su cama podría ponerle en dificultades... insalvables, diría yo.
—¡Y tan insalvables! Desde luego, jefe, menuda papeleta… Aparte de aburrirme como una ostra, me pueden mandar al otro barrio sin que me entere.
—Amigo mío, usted eligió ser policía. Si lo desea, le proporcionaré el traslado a oficinas pero, eso sí, después de que resuelva este caso.
Valdivielso comprendió que estaba todo dicho y, maldiciendo en voz baja, salió del despacho. Puso en orden los papeles de su mesa, dio instrucciones a González y se marchó a casa.
A las cinco y media, embutido en una especie de sudario blanco, con el anagrama del hospital en el pecho, yacía en su cama de la habitación 506. Había depositado la pistola y el transmisor en un cajón de la mesilla, porque no podía ocultarlos debajo de la almohada. No hay razón para que un moribundo utilice tales instrumentos.
Las enfermeras le habían confirmado que una señora vendría para acompañarle por la noche, como así fue. La mujer se presentó puntualmente, a las diez. Dijo que se llamaba Eladia y que cobraba siete mil pesetas por noche; le ahuecó la almohada, le acercó un vaso de agua, le preguntó si necesitaba algo más y se durmió como una bendita, aprovechando una cómoda butaca reclinable.
Valdivielso pasaba las horas comiéndose los hígados en aquella absurda situación y poniendo especial cuidado en no deglutir las decenas de píldoras que las enfermeras le proporcionaban. Sin embargo, todo transcurría dentro de la más estricta normalidad.
Cierto día, el noveno desde su ingreso, Eladia le dijo que debía atender a otro enfermo, y que desde aquella noche le cuidaría otra mujer, excelente compañera y muy buena persona. Valdivielso se felicitó por el cambio, dudando de que el caso estuviera acercándose al final, pero esperando que, al menos, la nueva fuese una conversadora amena en vez de un topo dormilón como su predecesora.
La sustituta se llamaba Manuela y tenía aspecto de profesional de la lucha libre, aunque daba la impresión de ser una mujer amable y simpática a pesar de su feroz apariencia.
El inspector-jefe habría seguido su representación con paciencia benedictina y sin más precauciones, de no haber sido porque percibió las extrañas miradas que la mujer le lanzaba, suponiéndole distraído con la lectura de un libro. Se puso en guardia inmediatamente. Sus músculos estaban tensos y su cerebro despierto, como el tigre dispuesto a saltar sobre la presa.
—Hala, señor Valdivielso: a tomar su pastillita para que pueda dormir toda la noche de un tirón —dijo la enfermera que acababa de entrar en la habitación, dirigiéndose hacia él píldora en mano.
Abrió la boca, obedientemente, simulando engullir el fármaco, pero, como siempre, lo retuvo bajo la lengua y, cuando la enfermera se dio la vuelta, lo escupió en silencio sobre el rincón opuesto con idea de hacerlo desaparecer más tarde.
—¡Enfermera, espere! —gritó la señora Manuela desde su butaca, dando un bote grotesco para ponerse en pie—. ¡Ha escupido la pastilla!
—¿Qué me dice? —dijo la chica, volviendo sobre sus pasos—. ¡Es cierto! Eso está muy mal, señor Valdivielso; pero que muy mal… Ande, sea bueno y tráguela, que es por su bien.
—¡No, no y no! —aulló el inspector-jefe, cerrando la boca con todas sus fuerzas e intentado saltar de la cama.
Pero fue inútil.
La señor Manuela le inmovilizó con una presa digna de un campeón y la enfermera, con un golpe magistral, le introdujo la pildorita, redonda y sonrosada, hasta más allá del garganchón.
—Ve cómo no ha pasado nada, ¡caramba! —dijo la enfermera, encaminándose hacia el pasillo—. Si sólo es un somnífero para que pueda dormir a pierna suelta...
El inspector-jefe Valdivielso sintió que su cuerpo se desmadejaba y que su cerebro se negaba a obedecerle. Una profunda somnolencia se adueñaba de él y, poco a poco, fue hundiéndose en el mundo del silencio. Antes de dormirse por completo, creyó ver cómo la señora Manuela se acercaba al lecho con una jeringuilla, y le pareció sentir el pinchazo de la aguja en el brazo mientras escuchaba las últimas palabras de la mujer:
—¿Ves qué bien, chiquitín mío? Se terminaron tus dolores en este valle de lágrimas. Una inyección de aire en las venas y dentro de cinco minutos estarás con los angelitos.
A las tres de la madrugada, el señor comisario fue despertado por el incesante repiqueteo de su aparato telefónico. Lo descolgó, procurando no molestar a su esposa que, acostumbrada a este tipo de interrupciones, dormía plácidamente.
—Dígame —susurró.
Al otro lado del hilo, alguien preguntó:
—¿Es usted, señor comisario?
—Sí, demonios; soy yo. ¿Quién es? ¿Qué sucede?
—Soy Rodríguez, señor comisario: uno de los que están de guardia en el hospital.
—¡Vale, Rodríguez! ¿Qué coño pasa?
—Pues que el inspector Valdivielso acaba de fallecer de un ataque cardíaco, jefe.