CONTRASTE DE PARECERES
—“Érase una vez
un hombre llamado Albinus, que vivía en Berlín, Alemania. Era rico, respetable,
feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante joven; amó; no fue amado; y su
vida acabó en un desastre” —El profesor don Florencio Satrústegui Quintanilla,
doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, más conocido por el
alumnado como Portafolios y Chivoloco, seco de cuerpo y de carácter,
largo y apergaminado, hizo una breve pausa, carraspeó, se ajustó sus gafas de
montura dorada y, sin soltar el libro que había estado leyendo, se encaró con
su joven y abundante auditorio—: Este párrafo sólo puede originar en nosotros
dos sentimientos: la más excelsa devoción y una reverencial envidia. ¡Qué
expresividad…! ¡Qué capacidad de síntesis…! Podemos afirmar, sin temor a error,
que Nabokov ha completado el relato en apenas tres líneas.
El
profesor Satrústegui prosiguió su encendida disertación sobra la obra y valores
de su escritor preferido mientras, en la última fila del hemiciclo, el alumno
Martínez comentaba con un compañero:
—Pues
a mí el Nabokov me parece un camueso y un pederasta. Al tío le iban las niñitas
más que a un tonto una piruleta. Yo creo que Lolita es su autobiografía. Donde estén Hemingway, Vargas Llosa y
el mismo Skármeta…
—Martínez,
haga usted el favor de bajar aquí y tenga la bondad de compartir con todos
nosotros sus, sin duda, interesantes puntos de vista… ¿Baja usted, o habré de
subir yo a buscarle?, ¡caramba! —Don
Florencio le había sorprendido in
fraganti. Era inútil hacerse el tonto o el remolón. Bajó, sin prisa pero
sin pausa y se detuvo junto al profesor, que conminó—: Ahora repita usted
palabra por palabra su comentario, si quiere mantener alguna esperanza de
aprobar esta asignatura. —No había alternativa, así que el bueno de Martínez
obedeció dócilmente, provocando la carcajada de un centenar de gargantas
juveniles. El profesor Satrústegui, rojo de ira, fue incapaz de contener su
furia vengadora—: Pero…, pero…, ¡es
usted un ignorante iconoclasta, un blasfemo y un gamberro de la peor especie!
—gritó como un poseso, desencadenando otra carcajada que superó a la anterior
en trescientos decibelios.
—Y
usted, un gilipollas —replicó Martínez, hondamente herido en su amor propio.
Sin
saber cómo, se encontraron rodando por el suelo dándose de puñetazos e
intentando estrangularse mutuamente. A duras penas consiguieron separarles los
de Seguridad cinco minutos más tarde, para conducirles de inmediato a presencia
del Rector. La entrevista fue larga, pero su contenido nunca trascendió. Eso
sí, al día siguiente el profesor Satrústegui comenzó su clase de la siguiente
manera:
—Hoy
hablaremos de la vida y obra de sor Juana Inés de la Cruz…
(Servidor de ustedes)