En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

sábado, 21 de marzo de 2015

Cuidado con las profecías




CUIDADO CON LAS PROFECÍAS

Los tarimaras vivían cerca del nacimiento del Gran Río. No eran muchos; apenas diez docenas de individuos morenos, bajitos y delgados, incluidos los niños que, por supuesto, también eran bajitos y delgados. No poseían nada porque la selva les daba todo: refugio, calor, medicinas y alimentos. Hasta los arcos y flechas que utilizaban para cazar y pescar eran de uso común.
Todo era de todos.
También la profecía, escrita con extraños signos sobre una corteza de árbol, que el hechicero les leía con voz sobrecogedora las noches de plenilunio: “Llegarán desde el poniente un día cualquiera, cuando no les esperéis, navegando las aguas del Gran Río en sus grandes canoas, y ése será el principio de vuestro fin…”
Nadie sabía quién había sido el profeta, ni falta que hacía. No hay peor ciego que el que no quiere ver y a río revuelto ganancia de pescadores… y de hechiceros. De hecho, la profecía había sido escrita por un tal Manuel Pires do Nascimento, un brasileño al que la tribu había recogido medio ahogado siete u ocho décadas antes, y que volvió a la civilización luego de recuperarse física y mentalmente, no sin antes haber dejado preñadas a varias jóvenes tarimaras. Cualquier persona capaz de traducir el portugués sólo habría leído en la reseca corteza: “Estas tías están buenísimas; ya me he tirado a seis. Esta noche me espera la hija del jefe.”
Pues bien, como queda dicho con anterioridad, el bueno de Manuel había desaparecido de la memoria tribal –he ahí uno de los inconvenientes de no utilizar historiadores o archiveros-, pero el significado de su ilegible mensaje se mantenía vigente gracias al esfuerzo del abuelo del hechicero, del padre del hechicero y del hechicero actual y superviviente, porque resultaba enormemente útil a la hora de ejercer la indiscutible autoridad sobre cada miembro de la tribu. Era evidente que cualquiera que llegara por el río tendría que venir de poniente, porque el nacimiento estaba no muy lejos de allí, a levante; lógicamente, cuando no les esperasen, porque, ¿cómo iban a esperar a alguien cuya llegada a fecha fija desconocían?; en grandes canoas, claro, porque para navegar el Gran Río se necesitaban embarcaciones fuertes y seguras, lo que ellos sabían de sobra pues navegaban todos los días.
Pero nadie cuestionaba el significado de la profecía.
Por eso, cuando aquella soleada mañana el hechicero lanzó al aire su mortífero alarido de alarma, hombres, mujeres y niños se abandonaron a la corriente con un cuchillo clavado en el corazón.
La profecía se había cumplido.
El profesor Martins, su equipo de colaboradores y la tripulación del “Reina de la Mañana”, todos ellos participantes en una expedición biológica internacional a las fuentes del Gran Río, contemplaron sorprendidos y aterrados el macabro desfile que las aguas les ofrecían. Ignoraban la existencia de aquella tribu; es más, habían dado por supuesto que cualquier presencia humana terminaba muchas millas antes.
El profesor Martins siguió con la vista los cadáveres que el río arrastraba inexorablemente hacia el olvido, mientras murmuraba:
- Caramba; caramba…
(Servidor de ustedes)

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