En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

domingo, 21 de junio de 2015

Hace trece años (Artículo en LA BOTICA Revista Literaria)

Por circunstancias que no vienen al caso, hoy me he topado con este artículo que escribí para la revista literaria LA BOTICA, y que fue publicado en el nº. 5, correspondiente al mes de diciembre de 2002. Os lo ofrezco aquí no porque sea bueno -que lo es, je, je-, sino porque me ha sorprendido que hayan transcurrido trece años desde entonces. 
¡Cómo pasa el tiempo...! 
Y no es lo más importante que haya pasado tanto tiempo, sino que cada vez nos queda menos para disfrutar las alegrías -o sufrir los tormentos- de esta estúpida vida que nos ha tocado en suerte. Por supuesto, lo de "estúpida" voy a ponerlo entre comillas, porque es un calificativo que depende única y exclusivamente de cada uno de nosotros. De todas formas, sed buenos...





Publicado en la revista literaria LA BOTICA, nº 5, diciembre 2002


"Cuando era niño quería ser bombero, domador, maquinista, vaquero, policía, marinero… Ahora me gustaría volver a ser niño" (Pensamiento durante el afeitado)



¿Qué poderosas razones mueven al escritor, la mayoría de las veces sin que él mismo sea consciente del inicio, del desarrollo y de la culminación del fenómeno creativo, a plasmar en unos folios la desconocida e imprevisible magnitud de sus sentimientos?
¡Yo qué sé…!
Corren tiempos extraños.
Antaño me enseñaron a cimentar y acrecentar el conocimiento utilizando la duda como punto de apoyo –“Hay que admitir todo y no creer en nada”-, pero hoy me encuentro inmerso en un océano de expertos que me ahoga poco a poco en su caudal de certezas inconmovibles. Ya nadie duda. Cuando mi padre decía “Está el tiempo mentecato: anda la sardina detrás del gato”, no podía imaginar que pocos decenios después la sardina se iba a constituir en permanente perseguidora del felino, y menos aún que este hecho sorprendente sería aceptado como algo absolutamente normal. Acabo de ver en televisión a una señorita que manifestaba estar dispuesta a todo (¿) para conseguir la fama. Y el público presente en el plató aplaudía a rabiar en vez de rociarla con agua bendita. Si Torquemada levantara la cabeza… Es un decir, no se asusten. Particularmente, prefiero que se quede donde está, pero, claro, ¿y si fuera cierto que con Franco vivíamos mejor? Bueno, es evidente que vivían mejor los que vivían mejor; los otros, no. Lo mismo que ahora. O como en los tiempos de Diocleciano, que me suena no sé de qué…
El caso es que ya nadie duda. Mil legiones de expertos profesionales en todas las ramas del saber cuidan nuestros cuerpos, orientan nuestras necesidades, administran nuestros deseos, juzgan nuestras actividades, persiguen nuestros desvaríos, sofocan nuestras perversiones, orientan nuestros espíritus y nos guían por el sendero interminable y sorprendente del progreso que conduce al nuevo orden mundial y a la perfecta globalización.
Ya nadie duda.
Cuando el hombre inventó la rueda, y con ella la filosofía, despertó a la realidad de un universo del que formaba parte en calidad de usufructuario, junto al resto de las especies animales, vegetales y minerales, consciente de que nadie le había concedido el título de propiedad sobre aquel cúmulo de maravillas que día y noche se mostraba infinito ante sus ojos atónitos. Incapaces de comprender la relación permanente entre la estirpe humana y la creación cósmica, los primeros grandes pensadores se hicieron ya aquellas tres preguntas que nadie ha sido capaz de responder convincentemente hasta nuestros días, en los albores del siglo XXI: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy? Y lo más extraordinario es que, en la actualidad, estas tres cuestiones trascendentales ni siquiera merecen unos segundos de reflexión a lo largo de nuestras alocadas y dilapidadas existencias. La sociedad se ha convertido en un tiovivo infernal que gira y gira cada vez más rápido, y en el que aquéllos que consiguieron subir se matan buscando la satisfacción de sus propios e inútiles placeres, mientras los que están fuera luchan con uñas y dientes, dejando el pellejo en el empeño, por encaramarse a él lo antes posible.
Hace mucho tiempo que dejé de confiar en la Humanidad. Por múltiples razones, entre las cuales no es la menor que el ser humano se defina como racional y después se pase la vida cometiendo atroces irracionalidades. No deja de ser francamente curioso que a un tipo bestial, lascivo, egoísta y despiadado se le califique de inhumano, cuando -¿debería citar algunos ejemplos?- su conducta no es sino un pálido reflejo individualizado de la actividad colectiva del Hombre desde que éste puso el pie -o la pata- sobre la faz de la Tierra, todavía no me explico por qué. La Humanidad recuperará mi plena confianza cuando se me demuestre que el hambre ha desaparecido del mundo; que la anorexia y la bulimia son un triste recuerdo; que la igualdad de las personas no es un simple artículo escrito en un papelajo que nadie se molesta en leer; que los jóvenes no se matan haciendo el chorra con sus magníficos cochazos o atravesándose el alma con una prometedora sobredosis; que los viejos no terminan sus días arrinconados en minicampos de concentración públicos o privados; que el amor es la fuerza imparable que emana de los corazones ardientes y no de las entrepiernas; que el sistema, en definitiva, puede, debe y va a ser cambiado. Porque somos como niños en una guardería: se nos provee de todo tipo de juguetes, desde videoconsolas y teléfonos móviles hasta sofisticados arsenales atómicos, y se nos educa día tras día, hora tras hora, para que perdamos el tiempo utilizándolos o deseándolos. Así nos olvidamos de pensar y quedamos incapacitados para ser nosotros mismos. Mientras tanto, los responsables de la guardería continúan gobernándola a su antojo, repartiendo premios y castigos según sus arbitrarios criterios. Y hasta nos convencen de que nuestra guardería -el planeta Tierra-, un minúsculo pedrusco de cuarenta mil kilómetros de circunferencia, que se mantiene en órbita en torno a una pequeña estrella llamada Sol, situada en un extremo de la Vía Láctea y rodeada por unos doscientos mil millones de estrellas de parecidas características, es la mejor y la única que alberga seres inteligentes (¿) en un Universo cuyo límite se encuentra a dieciocho mil millones de años-luz de distancia.
Y nadie duda.
Así, mientras los incontables batallones de expertos velan por nuestra placentera y satisfactoria existencia, sin la menor duda en su trabajo, con plena y absoluta seguridad, las páginas centrales de los diarios incluyen todos los días la lista de embarque de aquéllos que parten hacia el Infinito para buscar su propia respuesta a las tres preguntas fundamentales. Porque el Hombre nace, crece, se desarrolla, las pasa putas, se come los hígados, piensa que es un triunfador, se ríe del mundo, encula y es enculado, juega a ser Dios, hace el gilipollas, bombardea a sus semejantes, sufre, llora, se ríe -con o sin motivo- y, finalmente, a pesar de los expertos, muere. Y probablemente muere porque no ha sabido, ni podido, ni querido dar respuesta a las tres cuestiones: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?
Y el escritor escribe, con un nudo en la boca del estómago y un irresistible picor en los lagrimales, porque es la única manera que tiene de establecer un diálogo constructivo consigo mismo y recuperar así su problemático, inestable e imprescindible equilibrio personal cuando todo parece derrumbarse a su alrededor.
Y no hay más cáscaras.

(Servidor de ustedes)

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