En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

lunes, 31 de octubre de 2016

El bosque misterioso


Siempre es un enorme placer recorrer el bosque, en cualquier época del año. Lejos del tráfago ciudadano, de la contaminación y del hormigón, el espíritu se remonta sobre los árboles silenciosos haciéndose uno con ellos; con el misterio de la Naturaleza, del que forma parte y al que pertenece desde siempre. 
Y si el Sol nos hace guiños entre la fronda y la niebla, hasta podemos hacer unas fotos preciosas.
Como las que os muestro a continuación.
































lunes, 17 de octubre de 2016

Frases hechas



FRASES HECHAS



Desde el “Alea jacta est” de Julio César, hasta el “Sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas” (“Sangre, sudor y lágrimas”, según otros) de Winston Churchill, hay multitud de frases hechas que se vienen utilizando con más o menos oportunidad y frecuencia a lo largo de los tiempos y hasta el momento presente. Están tan manidas, en su mayoría, que son consideradas por el vulgo como infalibles asertos, indiscutibles e indiscutidos. Hay una, muy buena, que sólo voy a mencionar de paso y un poquito más, cual es aquélla de que “Cualquier opinión debe ser respetada”. Tales de Mileto, en el siglo VI a.C., defendía que la Tierra era plana, y Anaximandro, su discípulo, que tenía forma de cilindro. Es evidente que las opiniones de estos dos antiguos personajes no podían ni debían ser respetadas.
Hoy en día, en buena lógica, siguen empleándose las frases hechas sin ton ni son como broche de oro o alegato irrefutable de cualquier discusión o debate. Sin ir más lejos, un oyente de RNE, simpatizante del movimiento independentista catalán, aseguraba hoy que “La democracia es el respeto a los votos”. Dicha así, la afirmación parece universal e indiscutible, pero si te metes en profundidades meditativas y asépticas la cosa cambia, porque –por ejemplo- yo puedo reunirme con mi cuadrilla en el bar del barrio y decidir por 8 votos a favor y 2 abstenciones que nos vamos sin pagar, acto que tendría muy poco de democrático y mucho de filibusterismo. Deduzco, en consecuencia, que la democracia es mucho más que el mero respeto a determinados votos.
Se maneja también profusamente en los tiempos que corren eso de que “Exigimos el derecho a decidir”, que en principio, y a mi modo de ver, lo único que tiene de malo es lo de “exigimos”. Se ha perdido el sentido de la cortesía. Ya nadie pide las cosas por favor, o rogando o con simple amabilidad. Todo el mundo exige. Todo el mundo tiene derechos, pero nadie tiene obligaciones. Sea.
Aparte de eso, lo del derecho a decidir tiene dos contrapartidas: tus conciudadanos también tienen derecho a decidir, y nadie puede ejecutar la decisión tomada si va en contra de los intereses de los demás. En otras palabras, el derecho a decidir choca con el derecho de los demás a decidir que tú tengas o no derecho a decidir, pero ninguno de los bandos está legal o democráticamente habilitado para ejecutar tal decisión.
Por eso preferimos como forma de gobierno la democracia y no las frases hechas, aunque ambas sean generalmente inútiles.

domingo, 16 de octubre de 2016

Expediente 01/4294943




Antes de ayer me llegó una multa por exceso de velocidad. Por lo visto, circulé a 92 km/h. por una zona limitada a 80 km/h. Son 100 eurillos reducidos a 50 por pronto pago. 
Sin entrar en discusiones sobre quién, cómo y cuándo establece los límites de velocidad, o con qué criterios lo hace, cuelgo a continuación un relato que escribí hace unos 20 años por el mismo motivo, es decir cuando recibí la multa anterior por circular a 86 km/h. en una zona limitada a 60 km/h. Disfrutadlo, que merece la pena. Creo.


EXPEDIENTE 01/4294943

Dos asertos han cautivado mi atención durante años; dos asertos que, de tanto usarlos, se han convertido en verdaderos axiomas: "La Justicia es ciega" y "Dura lex, sed lex".
¿Tendré alma de rebelde anarquista a ultranza?
Sinceramente, pienso que no.
Desde que abandonamos las tribus para vivir en grandes comunidades nos hemos ido transformando, poco a poco, en gigantescos rebaños de borregos que —por miedo a las alimañas— eligen democráticamente —los que pueden— a sus propios pastores y perros guardianes, con el inconveniente de que pastores y perros pueden degenerar en feroces depredadores que arrasen el rebaño impunemente y desde dentro.
El rebaño es controlado a base de leyes, normas, códigos, mandatos, ordenanzas, etc., etc., etc.
Bien está, pero, ¿qué debe prevalecer, la letra o el espíritu de la Ley?
La Justicia no es ciega, por mucho que se empeñen en ello quienes tienen interés en que así lo creamos, pues facilita notablemente su labor. Si alguna característica debe tener la Justicia para ser aceptada como tal ha de ser, sin duda, una vista de lince, que le permita discernir con meridiana claridad, entre las atenuantes y agravantes de los hechos, la exacta responsabilidad del enjuiciado.
De esa forma, la Ley dejará de ser tan dura.
Porque la Ley es siempre dura cuando se aplica con injusticia, o sea, cuando la Justicia es ciega.
Hemos creado una maquinaria social kafkiana, capaz de autoalimentarse y de crecer por sí misma —y capaz, también, de justificar su existencia con argumentadas razones— cuyos dientes, tarde o temprano, nos alcanzarán.
Y la máquina puede escucharnos, dialogar y comprender nuestros planteamientos y quejas, pero el acceso a sus centros de control está tan lejos de nuestro alcance como la Estrella Polar. La máquina nos oye y nos comprende, pero no puede dejar de funcionar por nuestra causa. El bien común está por encima de los intereses particulares, pero sucede que el bien común... ¡es la SUMA de todos los intereses particulares!
Incluyendo el de usted y el mío.
Hace algún tiempo recibí, como una cuchillada por la espalda, la notificación de denuncia identificada como "Nº. de expediente 01/4294943". La rueda de la Justicia se había puesto en marcha contra mí.
La infracción era GRAVE, el tipo de denuncia OBLIGATORIO y el precepto infringido el "Real Decreto 13/92 en relación R.D.L. 339/90".
Como hecho denunciado figuraba el siguiente:
"Circular a 086 km/h. teniendo limitada la velocidad a 060 km/h. tratándose de limitación especificada fijada por señal.
Velocidad medida por cinemómetro Multanova —¡atención al nombrecito del tal aparatejo cinemómetro!— 6F.O.C. METR. 15-11-84
Antena de Radar nº. 119
Agente denunciante: 02232
Causa de no notificación: Agentes realizando otra denuncia.
Puede usted consultar la fotografía en este Servicio."
El importe de la multa era de veinticinco mil pesetas, y en la letra pequeña del documento informativo se me comunicaba que tenía derecho a presentar un Escrito de Alegaciones.
Finalmente, a pie de página, una NOTA MUY IMPORTANTE especificaba que en caso de infracciones graves o muy graves podría perder el carnet de conducir durante tres meses.
Fue como si el Universo se me hubiera venido encima de golpe.
¡Hacerme esto a mí, al mejor conductor de Euskadi Sur...!
Clamé al Cielo y tampoco me oyó, así que me armé de pluma y papel, de valor y de argumentos y, después de repetir por dos veces el recorrido en el que había sido sancionado, redacté un comedido pero suficientemente expresivo Escrito de Alegaciones, que remití por correo certificado a la atención de la señora Instructora del susodicho expediente.
Aducía, en mi descargo, mis trescientos cincuenta mil kilómetros recorridos por carreteras de España, Portugal, Francia y Bélgica, sin ningún accidente en mi haber; la antigüedad de mi Permiso de Conducir, de casi treinta años, sin haber sido sancionado jamás en carretera; mi pericia como conductor, capaz de circular a 120 km/h. entre Barcelona y Logroño, con niebla cerrada; la inexistencia de limitación de velocidad a 60 km/h. en el tramo citado por el agente denunciante, que realmente estaba limitada a 80 km/h y, finalmente, que los policías no me hubieran comunicado la infracción "in situ", como es preceptivo. Mi escrito terminaba con la tajante aseveración de que no creo en la Justicia humana que, además, en este caso, era una auténtica injusticia.
Me las prometía muy felices, con mi alarde expositivo y sincero, y durante una semana casi llegué a confiar —no sé por qué— en que mi carta cayera en manos de una persona en vez de en la memoria de un ordenador.
Entonces recibí la respuesta.
¡Horror y desolación!
¡Mi gozo en un pozo!
El Agente 02232 explicaba a la señora Instructora —según pude leer aterrorizado en la fotocopia que se me adjuntaba— cómo el punto kilométrico donde se había producido mi infracción no era el que yo pensaba —de acuerdo con mi cuentakilómetros—, sino un lugar situado cinco kilómetros antes. Añadía el Agente 02232, textualmente, para finalizar su informe: "...aunque la pericia de este conductor es increíble, las normas de circulación son iguales para todos los conductores."
¡La guerra es la guerra para todos!
No hay distinción de razas, sexos o religiones; ni buenos, ni malos; ni guardias, ni ladrones. El que la hace, la paga.
"Dura lex, sed lex"
Soy tan imbécil que, a pesar de todo, mentalmente enajenado y enarbolando la bandera de mi buena fe como un nuevo Ricardo Corazón de León en desigual combate contra la injusticia fanatizante, me dirigí presuroso hacia la correspondiente Oficina no sin antes detenerme  —eso sí— en un telecajero, para hacer provisión de fondos por si acaso.
Tranquilo, con el ánimo sereno, revestido con esa casi áurea majestad que proporciona el saberse en posesión de la verdad, me enfrenté a la funcionaria de turno que, por cierto, resultó una persona simpática y agradable. Después de un breve intercambio de saludos, solicité entrevistarme con la señora Instructora de mi expediente. Creí que se me negaría la audiencia, pero no fue así. En pocos minutos, la señora Instructora estaba frente a mí, al otro lado del mostrador.
Toda mi ferocidad, todo mi rencor, todo mi afán de justicia, toda mi sed de venganza cayeron por los suelos.
Me había preparado mentalmente para enfrentarme a una matrona sin sentimientos; para desmenuzar sus argumentos leguleyos sin compasión y satirizar su hombruno proceder y su sometimiento a un sistema corrupto, ineficaz e injusto. Me había entrenado para luchar contra un enemigo feroz e implacable... y me encontré delante de una chiquilla morena y menudita que, con una sonrisa en los labios, me preguntaba qué deseaba. ¡Cielo santo, si podía ser mi propia hija...!
Casi con un susurro le expliqué mi personal punto de vista sobre su expediente sancionador. Le hice ver cómo, en ningún momento, mi acción hizo peligrar vidas o haciendas. Le remarqué la inutilidad del radar, que sólo puede usarse en tramos de carretera rectos y de perfecta visibilidad donde, en consecuencia, menor riesgo existe para el tráfico. Me ratifiqué como un conductor modelo, digno de ser admirado y emulado, consciente de su responsabilidad en cualquier momento. Le expliqué la inutilidad de la mayoría de las señales de tráfico, cuyo único resultado es despistar al conductor en muchas ocasiones.
Ella me escuchó atenta y solícita, sonriendo de una manera encantadora y comprensiva —¡tan menudita y tan morena!—. Cuando terminé mi discurso, me dijo:
—Comprendo muy bien todo lo que me dice, pero las quejas de ese tipo debe presentarlas en el Servicio de Carreteras de la Diputación. Nosotros nos limitamos a hacer cumplir las normas.
Le dije que sí y añadí, en el colmo de la inspiración:
—Tengo la impresión de haberme confesado a través de esta ventanilla. ¿Podría darme su bendición?
Se alejó riendo, mientras ordenaba a una de sus subordinadas:
—Agurtxane, cóbrale a este señor esa multa de veinticinco mil pesetas.
Todavía tuve tiempo para preguntarle:
—Oiga, ¿me van a quitar el carnet de conducir?
—No; eso lo hacemos cuando las multas son superiores a treinta y cinco mil pesetas.
Ahora tengo veinticinco mil pesetas menos y un recibo con el número 8460, clave de caja U491, que corresponde al expediente 01/4294943.
El Sistema ha vencido de nuevo.
¡Maldito sea Henry Ford y los que inventaron las señales de tráfico!
Los dientes del engranaje se han cerrado sobre mis mórbidas e inocentes carnes.
Quise salirme del rebaño y quizás lo conseguí, pero todavía estoy demasiado cerca, al alcance de los pastores y de los perros, que aplican contundentemente cayados y dientes sin preocuparse de hacer distinciones entre churras o merinas, porque a ellos les importa un rábano la raza del borrego, siempre que siga siendo borrego y no intente escapar. Todos somos iguales ante la Ley.
Me parece que, una vez más, me han tomado el pelo.
"Dura lex, sed lex"

martes, 4 de octubre de 2016

Me gusta Santoña


En septiembre me di un garbeo por Santoña. Me puse morado de rabas, degusté las excelentes anchoas, vi a don Miguel Ángel Revilla, recorrí detenidamente el mercado del sábado, y hasta presencié una corrida de toros en la que a los matadores triunfantes les regalaban un hermoso bonito del norte en vez de (por ejemplo) una pitillera. También hice alguna que otra fotografía, como os muestro a continuación. Por cierto, me gusta Santoña; la mar...



La bahía de Santoña
Monumento a Juan de la Cosa


A mal tiempo, buena pesca...


¡Cómo llovió un día!

Playa de Berría

Puesta de sol sobre las marismas

Pesqueros


Vista del puerto deportivo