Antes de ayer me llegó una multa por exceso de velocidad. Por lo visto, circulé a 92 km/h. por una zona limitada a 80 km/h. Son 100 eurillos reducidos a 50 por pronto pago.
Sin entrar en discusiones sobre quién, cómo y cuándo establece los límites de velocidad, o con qué criterios lo hace, cuelgo a continuación un relato que escribí hace unos 20 años por el mismo motivo, es decir cuando recibí la multa anterior por circular a 86 km/h. en una zona limitada a 60 km/h. Disfrutadlo, que merece la pena. Creo.
EXPEDIENTE 01/4294943
Dos asertos han cautivado mi
atención durante años; dos asertos que, de tanto usarlos, se han convertido en
verdaderos axiomas: "La
Justicia es ciega" y "Dura lex, sed lex".
¿Tendré alma de rebelde
anarquista a ultranza?
Sinceramente, pienso que no.
Desde que
abandonamos las tribus para vivir en grandes comunidades nos hemos ido
transformando, poco a poco, en gigantescos rebaños de borregos que —por miedo a
las alimañas— eligen democráticamente —los que pueden— a sus propios pastores y
perros guardianes, con el inconveniente de que pastores y perros pueden
degenerar en feroces depredadores que arrasen el rebaño impunemente y desde
dentro.
El rebaño es controlado a base
de leyes, normas, códigos, mandatos, ordenanzas, etc., etc., etc.
Bien está, pero, ¿qué debe
prevalecer, la letra o el espíritu de la
Ley?
La Justicia no es ciega, por mucho que se empeñen en ello
quienes tienen interés en que así lo creamos, pues facilita notablemente su
labor. Si alguna característica debe tener la Justicia para ser
aceptada como tal ha de ser, sin duda, una vista de lince, que le permita
discernir con meridiana claridad, entre las atenuantes y agravantes de los
hechos, la exacta responsabilidad del enjuiciado.
De esa forma, la Ley dejará de ser tan dura.
Porque la Ley es siempre dura cuando se
aplica con injusticia, o sea, cuando la Justicia es ciega.
Hemos creado una maquinaria
social kafkiana, capaz de autoalimentarse y de crecer por sí misma —y capaz,
también, de justificar su existencia con argumentadas razones— cuyos dientes,
tarde o temprano, nos alcanzarán.
Y la máquina puede
escucharnos, dialogar y comprender nuestros planteamientos y quejas, pero el
acceso a sus centros de control está tan lejos de nuestro alcance como la Estrella Polar. La
máquina nos oye y nos comprende, pero no puede dejar de funcionar por nuestra
causa. El bien común está por encima de los intereses particulares, pero sucede
que el bien común... ¡es la SUMA
de todos los intereses particulares!
Incluyendo el de usted y el
mío.
Hace algún tiempo recibí, como
una cuchillada por la espalda, la notificación de denuncia identificada como
"Nº. de expediente 01/4294943". La rueda de la Justicia se había puesto
en marcha contra mí.
La infracción era GRAVE, el
tipo de denuncia OBLIGATORIO y el precepto infringido el "Real Decreto
13/92 en relación R.D.L. 339/90".
Como hecho denunciado figuraba
el siguiente:
"Circular a 086 km/h. teniendo
limitada la velocidad a 060
km/h. tratándose de limitación especificada fijada por
señal.
Velocidad medida por
cinemómetro Multanova —¡atención al nombrecito del tal aparatejo cinemómetro!— 6F.O.C. METR. 15-11-84
Antena de Radar nº. 119
Agente denunciante: 02232
Causa de no notificación:
Agentes realizando otra denuncia.
Puede usted consultar la fotografía
en este Servicio."
El importe de la multa era de
veinticinco mil pesetas, y en la letra pequeña del documento informativo se me
comunicaba que tenía derecho a presentar un Escrito de Alegaciones.
Finalmente, a pie de página,
una NOTA MUY IMPORTANTE especificaba que en caso de infracciones graves
o muy graves podría perder el carnet de conducir durante tres meses.
Fue como si el Universo se me
hubiera venido encima de golpe.
¡Hacerme esto a mí, al mejor
conductor de Euskadi Sur...!
Clamé al Cielo y tampoco me
oyó, así que me armé de pluma y papel, de valor y de argumentos y, después de
repetir por dos veces el recorrido en el que había sido sancionado, redacté un
comedido pero suficientemente expresivo Escrito de Alegaciones, que remití por
correo certificado a la atención de la señora Instructora del susodicho
expediente.
Aducía, en mi descargo, mis
trescientos cincuenta mil kilómetros recorridos por carreteras de España,
Portugal, Francia y Bélgica, sin ningún accidente en mi haber; la antigüedad de
mi Permiso de Conducir, de casi treinta años, sin haber sido sancionado jamás
en carretera; mi pericia como conductor, capaz de circular a 120 km/h. entre Barcelona
y Logroño, con niebla cerrada; la inexistencia de limitación de velocidad a 60 km/h. en el tramo citado
por el agente denunciante, que realmente estaba limitada a 80 km/h y, finalmente, que
los policías no me hubieran comunicado la infracción "in situ", como
es preceptivo. Mi escrito terminaba con la tajante aseveración de que no creo
en la Justicia
humana que, además, en este caso, era una auténtica injusticia.
Me las prometía muy felices,
con mi alarde expositivo y sincero, y durante una semana casi llegué a confiar
—no sé por qué— en que mi carta cayera en manos de una persona en vez de en la
memoria de un ordenador.
Entonces recibí la respuesta.
¡Horror y desolación!
¡Mi gozo en un pozo!
El Agente 02232 explicaba a la
señora Instructora —según pude leer aterrorizado en la fotocopia que se me
adjuntaba— cómo el punto kilométrico donde se había producido mi infracción no
era el que yo pensaba —de acuerdo con mi cuentakilómetros—, sino un lugar
situado cinco kilómetros antes. Añadía el Agente 02232, textualmente, para
finalizar su informe: "...aunque la pericia de este conductor es increíble,
las normas de circulación son iguales para todos los conductores."
¡La guerra es la guerra para
todos!
No hay distinción de razas,
sexos o religiones; ni buenos, ni malos; ni guardias, ni ladrones. El que la
hace, la paga.
"Dura lex, sed lex"
Soy tan imbécil que, a pesar
de todo, mentalmente enajenado y enarbolando la bandera de mi buena fe como un
nuevo Ricardo Corazón de León en desigual combate contra la injusticia
fanatizante, me dirigí presuroso hacia la correspondiente Oficina no sin antes
detenerme —eso sí— en un telecajero,
para hacer provisión de fondos por si acaso.
Tranquilo, con el ánimo
sereno, revestido con esa casi áurea majestad que proporciona el saberse en
posesión de la verdad, me enfrenté a la funcionaria de turno que, por cierto,
resultó una persona simpática y agradable. Después de un breve intercambio de
saludos, solicité entrevistarme con la señora Instructora de mi expediente.
Creí que se me negaría la audiencia, pero no fue así. En pocos minutos, la
señora Instructora estaba frente a mí, al otro lado del mostrador.
Toda mi ferocidad, todo mi
rencor, todo mi afán de justicia, toda mi sed de venganza cayeron por los
suelos.
Me había preparado mentalmente
para enfrentarme a una matrona sin sentimientos; para desmenuzar sus argumentos
leguleyos sin compasión y satirizar su hombruno proceder y su sometimiento a un
sistema corrupto, ineficaz e injusto. Me había entrenado para luchar contra un
enemigo feroz e implacable... y me encontré delante de una chiquilla morena y
menudita que, con una sonrisa en los labios, me preguntaba qué deseaba. ¡Cielo
santo, si podía ser mi propia hija...!
Casi con un susurro le
expliqué mi personal punto de vista sobre su expediente sancionador. Le hice
ver cómo, en ningún momento, mi acción hizo peligrar vidas o haciendas. Le
remarqué la inutilidad del radar, que sólo puede usarse en tramos de carretera
rectos y de perfecta visibilidad donde, en consecuencia, menor riesgo existe
para el tráfico. Me ratifiqué como un conductor modelo, digno de ser admirado y
emulado, consciente de su responsabilidad en cualquier momento. Le expliqué la
inutilidad de la mayoría de las señales de tráfico, cuyo único resultado es
despistar al conductor en muchas ocasiones.
Ella me escuchó atenta y
solícita, sonriendo de una manera encantadora y comprensiva —¡tan menudita y
tan morena!—. Cuando terminé mi discurso, me dijo:
—Comprendo muy bien todo lo
que me dice, pero las quejas de ese tipo debe presentarlas en el Servicio de
Carreteras de la
Diputación. Nosotros nos limitamos a hacer cumplir las
normas.
Le dije que sí y añadí, en el
colmo de la inspiración:
—Tengo la impresión de haberme
confesado a través de esta ventanilla. ¿Podría darme su bendición?
Se alejó riendo, mientras
ordenaba a una de sus subordinadas:
—Agurtxane, cóbrale a este
señor esa multa de veinticinco mil pesetas.
Todavía tuve tiempo para
preguntarle:
—Oiga, ¿me van a quitar el
carnet de conducir?
—No; eso lo hacemos cuando las
multas son superiores a treinta y cinco mil pesetas.
Ahora tengo veinticinco mil
pesetas menos y un recibo con el número 8460, clave de caja U491, que
corresponde al expediente 01/4294943.
El Sistema ha vencido de
nuevo.
¡Maldito sea Henry Ford y los
que inventaron las señales de tráfico!
Los dientes del engranaje se
han cerrado sobre mis mórbidas e inocentes carnes.
Quise salirme del rebaño y
quizás lo conseguí, pero todavía estoy demasiado cerca, al alcance de los
pastores y de los perros, que aplican contundentemente cayados y dientes sin
preocuparse de hacer distinciones entre churras o merinas, porque a ellos les
importa un rábano la raza del borrego, siempre que siga siendo borrego y no
intente escapar. Todos somos iguales ante la Ley.
Me parece que, una vez más, me
han tomado el pelo.
"Dura lex, sed lex"