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martes, 5 de febrero de 2013

A la muerte del soldado alemán desconocido (Relato)



A LA MUERTE DEL SOLDADO ALEMÁN DESCONOCIDO

Dedicado con todo mi cariñoso respeto a la familia Bernauer, de Todtnau, Alemania.

          Que la vida teje a nuestro alrededor una inextricable madeja de infinitos y desconcertantes hilos es algo que no podemos dejar de percibir, a poco que prestemos un poquito de atención. Y es inútil que intentemos justificar sucesos, aparentemente inconexos, bajo la manida etiqueta de "casualidad". La casualidad no existe. Todo ocurre en su momento y porque así debe ser, aunque no lleguemos a comprender inicialmente el significado del mensaje que las Altas Instancias —sin duda— nos envían y que, a la larga, siempre encuentra su lugar de acoplamiento en el rompecabezas de nuestra dislocada existencia, refulgiendo entonces como dorada piedra angular que justifica y mantiene el conjunto de la obra.
El soldado Bernauer descansa ya, envuelto en el frescor umbrío de pinos, abetos y cipreses, cubierto por la compasiva tierra de su querida Selva Negra, donde vivió junto a su familia los duros tiempos de la posguerra, los años esperanzados del "milagro alemán" y los felices lustros del crecimiento económico dentro de una paz sólidamente establecida.
El soldado Bernauer y yo jamás llegamos a conocernos. Ni siquiera nos vimos. Pero cuando el teléfono sonó, en aquella fría mañana de últimos de diciembre, poco antes de Nochevieja, y una voz femenina preguntó, en forzado inglés, por Alfred, supe que el viejo soldado había muerto. Lo supe mucho antes de entregar el teléfono inalámbrico a su hijo, que pasaba unos días de vacaciones en mi casa, en compañía de su prometida —mi hija menor—, y antes de que él me confirmara la triste noticia en una miscelánea de inglés, alemán y gestos apesadumbrados.
Todos esperaban el óbito, porque Bernauer llevaba muchísimo tiempo gravemente enfermo pero, como siempre sucede en tales circunstancias, el deceso del marido, del padre querido, les pilló por sorpresa.
Me cogió por sorpresa a mí, que nada tenía que ver con él...
¿Por qué —me pregunto— tuve que ser una de las primeras personas que conocieron su fallecimiento?
Nada ocurre por casualidad.
Quizás, porque debía escribir su panegírico, que es casi como el mío propio.
Sólo conozco retazos de su historia personal, pero son fragmentos suficientes para componer, al menos parcialmente, el mosaico de la existencia de lucha y sufrimiento de un hombre al que la Muerte perdonó directamente en dos ocasiones, e indirectamente en incontables.
El soldado Bernauer se incorporó al ejército del III Reich en plena juventud, siguiendo las órdenes del Gobierno nacional, y combatió en la U.R.S.S., probablemente bajo el mando del mariscal Von Rundstedt. Según mis datos, entraría en territorio soviético en junio de 1.941, participando en la toma de Kiev y en la marcha a través de Ucrania occidental hacia Leningrado, que fue sitiada, bajando posteriormente en dirección a Moscú, pero sin llegar a divisar la capital de los zares, ya que el avance alemán fue detenido por las fuerzas del Ejército Rojo a veinte kilómetros de la ciudad. Sabemos que Von Rundstedt inició entonces su ofensiva por el sur, ocupando Rostov el 22 de septiembre aunque por muy poco tiempo, pues la ciudad fue reconquistada una semana después por el general Timoschenko. En la primavera de 1.942, el mariscal Von Manstein ocupó Crimea, y las tropas alemanas llegaron hasta el Cáucaso, para ser definitivamente detenidas en Stalingrado. El resto, es de sobra conocido.
El soldado Bernauer no participó en la batalla de Stalingrado, porque sé, con toda certidumbre, que su unidad llegó a estar a sesenta kilómetros de Moscú. Desde allí, derrotado y destrozado, volvió al hogar en ruinas.
Aquí podría ir la descripción de la "Blitz Krieg", entre el chirriar de cadenas de los "Tiger", el ulular impresionante de los bombardeos en picado de los "Stuka", la lluvia continua de proyectiles de obuses y morteros, el tableteo de las ametralladoras, los furiosos contraataques de los carros soviéticos "T 34" y de la infantería, en defensa de su tierra y de su honor ultrajados, los ataques a baja altura de los pequeños "Polikarpov I-16", los asaltos a la bayoneta trinchera por trinchera, entre sangre, barro y cuerpos desmembrados.
¿Para qué?
El soldado Bernauer conoció todo eso de cerca y en sus propias carnes.
La explosión de un mortero le perdonó por primera vez la vida en las cercanías de Minsk, pero le obligó a cargar por siempre con el terrible recuerdo, que se alojó en su mente como impresión imborrable y debajo de su cráneo en forma de triple pedazo de metralla.
Mientras tanto, sus dos hermanos, uno en el ejército, como él, y otro miembro de las "SS", habían muerto en combate. El de las "SS" le había dicho, en cierta ocasión:
—Si alguno de nosotros sobrevive a esta mierda serás tú, porque eres mucho más rápido disparando que hablando.  (El soldado Bernauer era ligeramente tartamudo)
A sesenta kilómetros de Moscú, hambriento, enfermo, agotado y desmoralizado, supo que el almirante Doenitz y el mariscal Keitel habían firmado el armisticio. Arrojó lejos de sí el inservible "Máuser", y salió de la trinchera para darse de bruces con un joven soldado soviético que le apuntaba con su metralleta. Quizás porque ambos eran jóvenes, quizás porque los dos estaban saturados de sufrimiento, el soldado rojo le dijo, con una sonrisa compasiva:
—"Fritz", baja los brazos; vete a casa y buena suerte...
Y el soldado Bernauer comenzó su retorno a la paz, a través de las verstas y verstas de la inacabable estepa rusa como un vencido, sin comida, ni abrigo, ni descanso, ni esperanza.
La Muerte le había perdonado por segunda vez para ser su inseparable compañera de sueño y pesadillas, día tras día, año tras año.
Dios sabe que odio la guerra con todas mis fuerzas, porque la considero sacrificio monstruoso de vidas en beneficio de los intereses particulares de aquéllos que jamás morirán en combate, pero —nunca pensé que volvería a hacerlo— desempolvo mi Cartilla Militar nº. 4349186, que me acredita como Cabo de Complemento del Grupo Ligero de Caballería 6 (sección de lanzagranadas) con antigüedad de 21 de agosto de 1.968, según comunicación recibida del Señor General Jefe de la Brigada D.O.T. 6, y saludo militarmente al soldado Bernauer y al soldado del Ejército Rojo que le perdonó la vida y la dignidad en las desoladas estepas rusas, hace más de medio siglo.
El humo de mi cigarrillo huele a pólvora y, por encima del bullicio de la ciudad, casi se escucha el canto metálico de un clarín solitario honrando a todos los que murieron sin más motivo que ser soldados.
Descansa en paz, desconocido soldado Bernauer.
Te lo has ganado.

... Para mí la exaltación del soldado está, en cambio, en todo aquello que éste se vio obligado a soportar, hasta donde la resistencia física y la fuerza moral le sostuvieron.
Escribo para que ello no quede en olvido, para que mi testimonio se eleve como una admonición para las futuras generaciones, a fin de que no tengan que aventurarse en un nuevo Stalingrado; éste es el ideal al que encomiendo mi relato. FRITZ WÖSS ("PERROS, ¿QUERÉIS VIVIR ETERNAMENTE?")

Servidor de ustedes.


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