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sábado, 26 de julio de 2014

El Jardín Botánico de Santa Catalina (Trespuentes, Álava)

Si venís por Vitoria-Gasteiz y la climatología os es propicia, no dejéis de visitar el Jardín Botánico de Santa Catalina, situado a unos 10 km. al oeste de la capital alavesa y a unos pocos centenares de metros del hermoso pueblecito de Trespuentes, en el que, de paso, también podréis deleitaros caminando sobre un auténtico puente romano construido con unas piedras más gordas que mi cabeza.
Hacía muchos años que no pisaba la Sierra de Badaya, en cuyas primeras estribaciones se construyó el convento que ahora da nombre al jardín botánico, y lo cierto es que he disfrutado de un reconfortante paseo entre la multitud de especies vegetales que inundan el lugar. 
No tengáis miedo a pasar calor, porque hay muchas zonas umbrías en las que descansar a la fresca y sin agobios.
Mis amigos y yo frecuentábamos estos parajes hace 50 años, cuando el lugar era prácticamente desconocido. Nos resultaba a la vez misterioso y acogedor, y entre sus piedras y sus árboles nos sentíamos como dueños y señores del universo. Cosas de chavales.
Ahora está más civilizado, pero sigue siendo bonito.
Os dejo la reproducción del plano guía que entregan junto con las entradas, para que vayáis sobre seguro. ¡Ah!, y también un poema que escribí hace muchos años, basado en mis recuerdos de aquellos tiempos juveniles. ¡Qué tiempos...!






R E C U E R D O S

El polvo rebelde y amarillo
de los viejos caminos de la sierra
bravía e indomable de Badaya
ha cubierto otra vez mis botas desgastadas,
muchos años después
de aquellos tiempos de amor y de esperanza
cuando, abierto en el pecho el corazón,
enfrentamos la vida con confianza
amparados en la recia juventud.
Quiero verter mi tristeza en el recuerdo
de lo que pudo ser y fue de otra manera,
recorriendo el sendero otrora recorrido;
pisando las inalterables piedras;
rozando con mi cuerpo idénticas encinas;
clavándome en el alma las lágrimas de fuego
de unos llantos lavados por el juego
trivial y veleidoso de la vida,
donde murieron ensueños y quimeras.
Las ruinas del convento se mantienen
en pie sobre sus viejas piedras
que se abrigan con el musgo y con la yedra,
y recorren los mirlos la enramada,
y el jabalí se intuye en las laderas,
y el canto silencioso de los monjes
que adoraron a Dios en la montaña
resuena atronador en mis entrañas,
traído por el viento de los bosques.
Cuando ninguno de nosotros permanezca;
cuando estemos reunidos con los hombres
que elevaron a Dios este convento,
sus piedras hablarán de nuestro paso
y nos recordarán benevolentes,
porque a su sombra ingenuos planeamos,
con gozo y esperanza en el futuro,
amores y proyectos que dejamos
olvidados en las grietas de sus muros.
Bajé por el sendero lentamente,
cargando a mis espaldas con el peso
del vespertino sol y mis recuerdos,
y entoné en soledad viejas canciones
formando alegre dúo con el viento,
y saludé al espino albar y a las encinas
con sinceros y cordiales "¡hasta luego!"
pues, aunque no pudiese retornar sobre mi cuerpo,
siempre estarán conmigo en mis pupilas.
Sigue el pueblo tranquilo junto al río
y tu casa pequeña, allá en la orilla,
deshabitada, inhóspita, vacía,
entre juncos y chopos que la olvidan
como yo te olvidé por largos años,
hasta que en esta cálida tarde de otoño
el sendero me ha llevado a tu recuerdo,
a tu rostro infantil, a tus labios jugosos
que una noche besé, noche de ensueño.
Allí estaba la pérfida cancela
que separaba nuestro incipiente amor
bajo la tímida luz de las estrellas
o en el fragor del poderoso viento.
Mezclándose en las sombras de una noche
tu figura graciosa fundióse con la nada,
y aún recuerdo tu perfume y tu mirada
de traviesa niña-mujer enamorada,
y aquel último adiós como un lamento.
Habría estrangulado con mis manos
y esparcido sus entrañas por la tierra,
para escarmiento y escarnio de malvados
y alimento de las hambrientas fieras,
al hombre ruin, protervo y desalmado
que con flagrante abuso de confianza
transformó tu virtud de dulce niña,
tu juventud de adorable pujanza,
en pozo de miseria y de pecado.
No sé si tú me amaste o si te amé
pero honro tu memoria en mi recuerdo,
jurándote por los óleos consagrados
que no supe de ti y de tu pasado
sino después de muchos años y, ya ves,
son como son las cosas de este mundo.
Me llamaron cobarde tus amigas
en la Plaza Mayor, y yo me pregunté
si era cobarde por ser un vagabundo.
He recorrido de nuevo los lugares
donde en mi juventud olí la vida,
ese efluvio veloz y misterioso
que se lleva presencias tan queridas
hasta el fondo de la noche de los tiempos.
Cada piedra pisada es un recuerdo
y cada árbol un amigo en nuestra senda.
Nos alejamos volando con el viento
para al mismo lugar retornar luego.
¡Ay!, sierra brava de Badaya;
puente romano, desafiando
al tiempo todavía…
¡Ay!, señorial convento
de Santa Catalina…
¡Ay!, amores y juventud perdidos…
¡Ay!, vida mía...



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