BIENAVENTURADO
Bienaventurado
tú,
mi buen
hermano,
porque tuve
hambre
y no me
alimentaste;
porque
sufrí la sed
y el agua
me negaste;
porque
temblé de frío
en la noche
invernal
y no me
cobijaste;
porque
lloré de pena y de miseria
apoyado en
el quicio de tu puerta
y me
echaste los perros;
porque
imploré tu amor y comprensión
y te
burlaste,
soberbio y
altanero,
coreado y
divertido
por tus
innumerables testaferros.
No me diste
la muerte
por tus
cobardes manos
pero ya
muerto estoy:
sé
bienaventurado,
¡oh!, dichoso
de ti,
¡oh!,
afortunado.
No fue
maldad
tu mal
hacer aciago,
sino mera
inconsciencia
del que
nada feliz en la abundancia,
sin ciencia
ni prudencia
para
entrever, al menos,
que todo en
esta vida es enseñanza.
Hoy te toca
aprender,
a sangre y
fuego,
lo que
aprendiera yo
con tu vil
juego.
No gimas
cuando el hambre
corroa tus
entrañas.
No
supliques el agua,
que te será
negada.
Soporta
estoico el frío
y piensa,
divertido,
que más
ligero caminas sin abrigo.
No
supliques amor
—no seas
bobo—,
que el
hombre nace, vive y muere solo.
Y así,
cuando la Muerte
te recoja
al fin de
tu jornada,
coincidirás
conmigo
en que
tener sin compartir
es tener
nada.
¡Bienaventurado
tú,
buen
camarada,
que me
negaste apoyos y confianzas,
porque
ahora, por las llagas
de tus
pútridas carnes laceradas
penetran,
como un chorro de luz,
las
enseñanzas!
(Servidor de ustedes)