En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

sábado, 29 de junio de 2013

El maestro y yo (Relato alegórico-satírico)



El maestro se acomodó en un taburete junto al mostrador, me indicó que me sentara junto a él y pidió al camarero dos güisquis dobles con hielo. Su cráneo, redondo y desnudo, brillaba espectacularmente bajo la cálida luz ambiental, igual que el mío (porque podía verme, reflejado en el inmenso espejo frente a nosotros, ¿eh?), y nuestras túnicas azafranadas nos proporcionaban un aire cosmopolita y desenfadado, muy a tono con las indumentarias portadas por la abigarrada clientela.
Se echó al coleto la mitad del vaso y comenzó a hablar con su cálida, sugerente e inconfundible voz:
- Había una vez, Pequeño Saltamontes, tres pueblos construidos bajo un volcán, llamados por sus humildes y laboriosos habitantes Derecho, Izquierdo y Central. Cierto día les llegó un mensaje del Gobierno que decía: “Abandonen el pueblo inmediatamente, porque el volcán hará explosión en el plazo de 24 horas.” El alcalde de Derecho reunió a sus gentes y les expuso la situación pero no le hicieron ni puto caso, por lo que el tío recogió sus cosas y se largó echando leches, mientras los demás se quedaban a la espera de su fatal destino. El alcalde de Izquierdo hizo lo propio con los suyos y poco tardó en convencerles: en dos horas dejaron el pueblo vacío. El alcalde de Central también convocó a sus conciudadanos, y enseguida establecieron varias comisiones para debatir, coordinar y ejecutar los diversos servicios necesarios de cara a una mejor organización de la evacuación y de la asistencia a los desplazados y a las futuras posibles víctimas. El volcán estalló cuando estaban procediendo a la tercera votación a mano alzada…
Yo, que había escuchado sus palabras en reverente silencio, osé preguntar:
- Maestro, ¿qué enseñanza debo deducir de tu discurso…?
Se terminó el güisqui de un trago, pidió otro, fijó en mí sus ojos sin luz y respondió:
- ¡Ay!, Pequeño Saltamontes, cuán difícil es llevar la verdad a un alma joven e inexperta, por naturaleza proclive al vicio y al pecado. Observa que la democracia no siempre consigue los efectos que de ella se esperan, por lo que, en consecuencia, cada uno debe hacer en todo momento lo que tiene que hacer y no otra cosa. ¿Has comprendido?
Dije que sí.
Vació el vaso de güisqui en un golpe magistral, se incorporó con gesto magnífico y se dirigió a la salida, llevándose una mesa y un par de sillas por delante.
Pagué los 30 euros de la consumición y le seguí obedientemente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario