Estaba decidido a cambiar el
destino del mundo.
Así; simplemente.
Tenía ese poder.
Lo tenía en su férrea mano,
dispuesta a presionar el dedo índice contra el fatídico botón rojo.
Ahora bien, si iba a cambiar el
destino del mundo era porque, en verdad, aquél era el verdadero destino del
mundo, y eso significaba que no iba a cambiar nada puesto que el futuro que
cristalizaría en un momento de presente ya era auténtico presente en aquel
futuro que él no había contemplado como destino, pero que –tal como se
demostraba- era en realidad el destino.
Una palidez cadáverica cubrió su
rostro, mientras gotas de frío sudor brotaban de todos los poros de su cuerpo.
Extrajo un pavonado .45 del
cajón, apoyó el cañón contra su sien y apretó el gatillo.
El destino del mundo había
cambiado en un fragmento de segundo.
¿O no…?
(Servidor de ustedes)
Creo que no, por la simple razón de que no creo en el destino. No quisiera por nada del mundo llegar a tener ese poder, es más, estoy segura de que no me acercaría a ningún botón rojo fatídico. ¿Seré gallina? Un texto muy particular, para reflexionar o para apurarse por vivir, los dos sabemos que ese botón existe. Un abrazote Chato, con cariño.
ResponderEliminarLa historia de la Humanidad está llena de visionarios, botones y zarandajas por el estilo, pero aquí estamos haciendo el bobo, como siempre, je, je. Otro abrazote para ti, Lyliam.
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