HÁBLAME, ORENDA
Háblame, Orenda,
desde las profundas,
ignotas e insospechadas
cavernas de mi yo;
desde la danza verde
que la yerba ejecuta en la
pradera,
enlazando a la brisa por el
talle;
desde el fulgor
del Sol resplandeciente;
desde el pálido beso de la Luna.
¡Háblame, Orenda!
Háblame sin palabras
por encima de las barreras
del tedio y del terror.
Yo escucho.
Háblame en la voz cantarina
de las fuentes;
en el invisible aleteo de las
aves
que se buscan con amor
por la enramada;
en el grito de guerra
del azor;
en la escritura volátil y
perpetua
que trazan cada día
las nubes en el cielo;
en el copo de nieve
y en el hielo;
en el silencio preñado de
misterios
que guarda en sus entrañas
la impenetrable niebla;
en la huella del jabalí
furtivo,
y en la danza festiva
del joven juguetón pequeño
zorro
casi recién nacido.
¡Háblame, espíritu inmortal!
¡Háblame, Orenda!
El mundo golpea en mis oídos
como el bravío mar contra un falucho,
buscando aniquilar mi
pensamiento
pero, a pesar de todo,
yo te escucho.
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