Vamos a ver, ¿quién quería ser ruso hace treinta años? Aparte de los rusos, claro... Pues nadie. Todo el mundo sabía que Rusia, o mejor dicho la URSS (para no dejarnos fuera del saco a ninguna de las pequeñas repúblicas comunistas que formaban parte del imperio bolchevique), era un país muy malo, lleno de gente muy mala y de muy mala leche, que mandaba a Siberia a todo bicho viviente después de fusilarlo por triplicado, y que amenazaba el orden mundial y los intereses de las naciones libres y democráticas del inmaculado Occidente occidental.
Pero las cosas han cambiado.
Ahora Occidente se debate en una crisis económica de mil pares de cojones, generada por la Banca estadounidense y aprovechada por los "mercados" para hacerse de oro, y por los patronos -con el apoyo de gobiernos afines- para desmontar las escasas y desunidas fuerzas sindicales, apropiarse del control del mundo laboral y someter a los trabajadores a una presión como nunca se había ejercido desde antes de la Revolución Industrial.
Y es en este preciso momento cuando surge, como un rayo de luz en medio de la oscuridad, el señor Vladimir Putin, Presidente del Gobierno de Rusia, diciendo, por ejemplo, que va a aumentar los salarios y las garantías sociales de los trabajadores, que sabe que los ciudadanos no están satisfechos con la situación actual y que tal insatisfacción es justificada, que la diferencia de ingresos es "inadmisible", que las pensiones seguirán aumentando y que hará descender el precio de la vivienda.
¿Quién quiere ser ruso ahora?
¡Yo!
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