Despertó entre los cartones que le protegían del frío en aquella estación de "metro", y se puso en pie trabajosamente para dirigirse con paso cansino hacia las escaleras que conducían a la gran ciudad.
Acariciaba con cariño los 25 centavos que llevaba en el bolsillo derecho de su destrozado y sucio pantalón, toda su fortuna.
Sonrió. Estaba seguro de que aquél iba a ser un gran día para él, un verdadero día de suerte.
Y no se equivocaba.
Media hora después murió de inanición frente al mejor restaurante de la ciudad.
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