Era un hombre único; sesudo,
honesto, ecuánime, ponderado, elocuente, acertado e incorruptible.
Un tío realmente grande.
Se licenció en Ciencias de la
Información con la máxima nota y obtuvo el Premio Fin de Carrera. Un
sobresaliente cum laude certificó, poco tiempo después, la obtención de su
doctorado.
Todavía recuerdo algunas de las
palabras que pronunció en el discurso de agradecimiento:
— La libertad de Prensa es
sagrada. Siempre escribiré la verdad, sin tapujos, distorsiones ni medias
tintas que generen duda o equívoco en mis lectores. Es labor sagrada del
periodista llevar al ciudadano el conocimiento de lo que sucede, sin cambiar un
ápice el sentido de lo exacto; sin provocar más reacción que la correcta
surgida de su ánimo impoluto. Nadie podrá jamás obligarme a escribir en contra
de la verdad o a favor de intereses bastardos.
Hoy volví a verle.
Lleva treinta años trabajado de
barrendero.(Servidor de ustedes)
Sea o no real esta historia realmente destroza el alma y la moral cae. Nada peor que cercenar la libertad de expresión. Un gusto Joe. Besos
ResponderEliminarQuerida María Susana, aquí y en toda tierra de garbanzos la libertad de expresión está tan supeditada a los intereses de quienes controlan los medios de comunicación, que es prácticamente una entelequia. Y en Internet nos dejan expresarnos -en algunos países ni eso- porque no podemos perjudicarles, je, je. Un abrazo.
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