En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

martes, 8 de octubre de 2013

La vida es un eterno río con forma de lago (Relato)

Me complace someter hoy a vuestro criterio este relato escrito hace años, que creo mantiene -y mantendrá por mucho tiempo- el verdadero espíritu del ser humano. Ojalá que algún día la gente pueda preguntarse cómo fue posible que alguien concibiera tamaña gilipollez. Por el momento, creo que nadie se lo cuestionará. He ahí el problema.





“Tus acciones, así como las acciones de
tus semejantes en general, te parecen
importantes sólo porque has aprendido
a pensar que son importantes”
(Don Juan Matus a Carlos Castaneda,
en “Una realidad aparte”)

            El implacable despertador despertó de su sueño rojizamente luminoso a las siete de la mañana, esparciendo inmisericorde por el dormitorio los archiconocidos y machacones sones de una cancioncilla de moda, de ésas que las tiendas de discos venden por cientos de miles y que un mes más tarde están olvidadas, y, en consecuencia, Adán Bigworld Munduhandi también despertó.
El nuevo día penetraba en la habitación a lomos de los primeros rayos del sol de junio, mientras los gorriones gorjeaban saludando a la mañana desde los árboles del parque cercano.
            Salió de entre las sábanas con somnolienta desgana y se sentó en el borde de la cama, girando ligeramente sobre sus posaderas para lograr que el pie derecho fuera el primero en tocar la mullida alfombra (“es importantísimo levantarse con el pie derecho”, había oído en algún sitio muchos años atrás) Su esposa, como todos los días, desparramó de inmediato su redonda e inmensa anatomía para ocupar por completo la cálida superficie que él acababa de abandonar (¡parece mentira lo que engorda la propia esposa tras veinte años de matrimonio, y lo macizas y apetecibles que se mantienen las ajenas…!)
            Ya en el cuarto de baño, completó una pequeña tabla de gimnasia, se duchó, se afeitó y se peinó. Medianamente satisfecho con la imagen que le devolvía el espejo, retornó al dormitorio para terminar de vestirse. Luego, pasó a la cocina y desayunó sus consabidas magdalenas con mantequilla y su habitual taza de café con leche.
            A las siete y media estuvo listo para empezar la ardua jornada laboral.
            Se despidió de su media naranja con un casto beso en la frente, correspondido por la durmiente con un ronco gruñido (cotidiano), y salió decidido a enfrentarse con los retos propios de su especie y condición.
            A bordo de su potente automóvil despreció semáforos y pasos de peatones, cambió de carril sin encender intermitentes, rebasó los límites de velocidad, compitió en todo momento por ser el primero, puso en peligro su vida y las ajenas, insultó y fue insultado, y llegó a su lugar de trabajo sin novedad pocos minutos antes de las ocho, aparcando en la zona reservada para minusválidos que él mismo había ordenado acotar.
            A las ocho en punto (¡qué tetas tiene Mari Pili y qué culo Graciela…!) se enfrascó por completo en el cumplimiento del deber. Cientos de importantes asuntos requerían su inmediata atención.
            Lo primero que hizo fue revisar el cierre del día anterior y comprobar que cuadraba al céntimo. El mecanismo de relojería de la caja fuerte funcionó sin problemas, y todo quedó listo para atender a los clientes en sus reintegros e ingresos. Satisfecho, izó una a una con el polipasto las pesadas planchas de acero y las fue introduciendo en la prensa para transformarlas en compactas carrocerías, que pasaron después al horno de pintura y más tarde al secadero y a la línea de montaje. Luego, en la cadena, comprobó seis mil tornillos y revisó dos mil soldaduras, enjugándose de vez en cuando el sudor con la sucia manga de su mono de trabajo. Se enfadó mucho cuando el responsable de transporte internacional le dijo que tardarían un par de horas en cargarle, y más aún cuando llegó al supuesto destino y le informaron de que aquel material debía ser entregado en una factoría situada a doscientos kilómetros de distancia.
            Así que, malhumorado y rencoroso, ordenó la limpieza de fondos del buque sin preocuparle lo más mínimo las consecuencias, atento únicamente a no ser detectado por los guardacostas. Vertieron al mar unas veinte toneladas de una mezcla sucia y maloliente compuesta de gas-oil, ácido clorhídrico, fosfato tricálcico y sosa, y enseguida comprobaron divertidos cómo decenas de plateados peces, de todas las especies, empezaban a flotar inmóviles y panza arriba en la verdosa superficie del mar. Eso sí, las entrañas del navío quedaron como los chorros del oro.
            Animado por esta experiencia, y previo interesado y suculento compadreo con las autoridades locales, ordenó que anclaran la enorme plataforma petrolífera frente a una de las playas más limpias y hermosas de la costa occidental, y, con el fin de aprovechar al máximo los recursos disponibles (“ya saben ustedes que este año la demanda de energía superará en un cinco por ciento a la del anterior…”), construyó en el extremo norte de la inmaculada playa una central nuclear capaz de generar tropecientos mil megavatios-hora.
            —Nos garantiza usted que la seguridad está garantizada, ¿verdad? —dijeron los prebostes ligeramente preocupados, aunque dispuestos a cooperar por el bien común después de comprobar el notable incremento de sus cuentas corrientes.
            —Por supuesto, amigos; por supuesto… Todas las instalaciones cumplen las normas DIN 475657/13, ISO l3l3l3/l4l4 y UNE 2100XR32, y los parámetros de impacto ambiental han obtenido el visto bueno de la Comunidad Económica Europea.
            —¡Ah!, pues siendo así…
            Fue una verdadera lástima que la válvula principal dejara de funcionar cuando más necesaria era, y que, en consecuencia, dos millones de litros de petróleo convirtieran la costa en un lodazal nauseabundo y betunoso. Menos mal que los bañistas pudieron desprenderse rápidamente de aquella segunda piel negra que acaban de adquirir, gracias al benefactor impacto de las radiaciones alfa, beta y gamma (entre otras) procedentes de la explosión del reactor nuclear de la cercana central, que dejó sus huesos blancos como la nieve y sus almas listas para entrar agradecidas en el Más Allá.
Pero algunos pequeños contratiempos no podían ni debían paralizar la necesaria actividad económica. Es imprescindible generar riqueza que genere nuevos puestos de trabajo que generen más riqueza para que ésta genere más puestos de trabajo. Adán se puso de nuevo manos a la obra y prosiguió la tala indiscriminada de cuatro mil hectáreas de selva virgen en la Amazonía, exterminando de paso a media docena de tribus indígenas, que tuvieron de este modo su primer y último contacto con el hombre blanco, y contaminando y destrozando los cauces naturales de unos cuantos ríos en busca y explotación del codiciado e imprescindible oro.
            Poco después ganó cinco millones de dólares negociando valores en la bolsa de Nueva York, y estuvo a punto de suicidarse cuando, por causa de un imprevisto movimiento especulativo, perdió hasta las pestañas. No obstante se rehizo con prontitud, pues era hombre extraordinariamente dotado para los negocios y netamente emprendedor, y presentó su colección de lencería en la plataforma Manueles (televisado en directo por las principales cadenas), obteniendo un notable éxito. Todas las modelos, con sus cuerpecitos delgaduchos de andar cimbreante y extraño y tetas gordezuelas, mostrando pezones y aréolas a través de los sugestivos sostenes, y con aquellos culitos rollizos y respingones apenas maculados por los diminutos tangas, fueron muy aplaudidas.
            Acto seguido, autorizó la caza masiva de ballenas a los japoneses —“sólo en cumplimiento de misiones científicas”—, procedió al ensamblaje de la Estación Espacial Internacional (I.S.S.) —un paso muy importante en la conquista del espacio y definitivo para las próximas expediciones a Marte—, echó un vistazo a los confines del universo conocido a través del telescopio espacial “Hubble”, quemó doscientas hectáreas de bosques en Galicia con el fin de propiciar verdes pastos que satisficieran a pastores y ganaderos en general, y emitió un informe psiquiátrico que permitía la excarcelación de un peligroso narcotraficante.
            Almorzó en la cafetería de la esquina, como siempre. El menú del día resultaba muy aceptable en su relación calidad/precio y las raciones eran abundantes. Comió muy a gusto, porque ya es sabido que el trabajo abre el apetito, igual que el campo, y retomó la labor a primera hora de la tarde, después de saborear un café bien cargado (para estar despejado) y rechazar la copa que le ofreció el servicial camarero (“el alcohol y el tabaco son perjudiciales para la salud, ¿sabe usted”)
            Poco después de las tres, lanzó, en nombre de Alá, varios aviones cargados de explosivos sobre diferentes y notables edificios de todo el mundo; proclamó la guerra santa contra los infieles; excomulgó masivamente a eutanasistas y abortistas; condenó y decretó el amor libre como origen de la perdición del hombre y supremo ejercicio de la libertad individual, respectivamente; sembró de minas las principales carreteras de una docena de países subdesarrollados, y, en nombre de la democracia y de la libertad, ordenó a los B-52 el bombardeo masivo de Afganistán y colocó bombas-lapa en los bajos de varios automóviles, cuyos dueños resultaban notoriamente sospechosos de ser fascistas y reaccionarios. A punto estaba de firmar el Protocolo de Kioto, en orden a mitigar el cambio climático y salvaguardar el medio ambiente, cuando una llamada de más altas instancias le hizo ver la necesidad de proponer un plan alternativo a desarrollar en los próximos veinticinco años, con lo que se quitó de encima tamaña preocupación y no firmó, a pesar de que la Antártida se estaba fragmentando como el parabrisas de un coche después de recibir un martillazo y el Polo Norte tuviese menos superficie que un helado de nata.
            Durante la última parte de su jornada de trabajo practicó cuarenta y ocho liposucciones, trescientos implantes de mamas, doscientas mastectomías y dos ortodoncias; ofreció varias conferencias sobre las terribles consecuencias de la anorexia y la bulimia, así como un seminario sobre el hambre en el mundo; dirigió tres expediciones arqueológicas; pintó un mural de cien por veinte al que tituló “El hombre alcanzando la libertad”; hizo que una becaria le realizara la felación de las cinco y veinte; proclamó la constitución de un orden nuevo basado en la globalización (¿); juró que aquélla sería la madre de todas las batallas; organizó una completa red de pederastas en Internet y dirigió personalmente la brigada policial que combatía este tipo de delitos; maltrató a catorce mujeres y ordenó lapidar a tres de ellas según las leyes del Corán;  creó y supervisó “El gran mengano”, “Confianza Cegata” y “Operación Éxito” —participando, también, como concursante—, y finiquitó sus obligaciones conduciendo el autobús de la línea 13.
            Agotado, pero satisfecho, a las seis en punto de la tarde retomó el camino hacia la confortable calma del hogar, con el mismo ceremonial automovilístico que por la mañana. Su rolliza esposa le estaba esperando en el saloncito, frente al televisor, con aquel rostro redondo y resplandeciente rebosante de felicidad, el protocolario beso en los labios y el botellín de cerveza sobre la mesita. Así permanecieron, el uno junto al otro, comentando apasionadamente los múltiples e interesantes consejos publicitarios que se les ofrecían, salpicados de forma inexplicable por minúsculos fragmentos de anodinos programas. A eso de las nueve y media despacharon una frugal cena (“no es nada sano acostarse con el estómago lleno”), y a las once se metieron en la cama dichosos y realizados como todos los días.
            Ella se quedó dormida al instante.
            Adán permaneció todavía despierto durante algunos minutos, mientras el sueño iba venciéndole poco a poco, y cayó en brazos de Morfeo con una sonrisa en los labios, feliz por haber completado una jornada absolutamente trascendental e histórica.
            Sin darse cuenta, un día más, de que estaba más muerto que los dinosaurios...

2 comentarios:

  1. Ay Adán, que gran hijo de puta!. Es terrible saber el poder que puede tener un hombre y las barbaridades que está dispuesto a hacer por dinero. Historia si que está haciendo, aunque esté muerto. A ver José Luis, ¿Como miércoles saber si lo que aprendí es realmente bueno? ¿Como saber quién es realmente importante? Seguramente como dijo Don Juan, es una cuestión de creérselo. Aunque hoy en día creo que nadie se maneja por si solo, todos los que están al poder están manejados por invisibles que no quieren tener el dedo en el gatillo, ni la voz para dar la orden. Son una seguidilla de sirvientes entre si a la orden de un loco. Pobre mundo chato.

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  2. Vivimos en un mundo lleno de gente importante, Lyliam; de gente importante que se pasa el día realizando acciones importantes, y que aparece en todos los medios de comunicación porque es muy importante. Pero el mundo sigue girando alrededor del Sol, como siempre, y las estrellas ni siquiera saben que existe en la Tierra una gente tan importante; ni siquiera saben que existe la Tierra. Un abrazo.

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