EL SOCIO DE DIOS
No era un buen día para mí. De
hecho, era un día igual de malo que los novecientos anteriores. La diosa
Fortuna me había abandonado y eso es algo que se nota enseguida, os lo aseguro.
Rumiaba mis amargos pensamientos
a lo largo de la playa solitaria, aquella fría y gris mañana del noviembre
norteño, cuando mi pie derecho colisionó con un objeto metálico que me pareció
una lata de cerveza vacía. Me agaché para recogerla, con idea de arrojarla en
el contenedor de envases más cercano, y mi sorpresa fue enorme al comprobar que
se trataba de una lámpara de aceite como las que se describen en los cuentos
orientales.
¿Sería mágica? Sonreí mientras me
llamaba mentalmente imbécil por pensar siquiera aquella estupidez, pero saqué
mi pañuelo del bolsillo y la froté con fuerza. Al instante surgió de su
interior una chirriante nube blanca, que se convirtió ante mis ojos
estupefactos en la figura de un hombre de rasgos orientales, de poblada barba
negra, vestido en elegante seda verde y cubierto con un turbante multicolor.
—Soy el genio de la lámpara, amo.
Me has liberado y en recompensa yo te concederé tres deseos. ¿Qué es lo que
quieres?
Me había pillado desprevenido,
pero siempre fui hombre de ágiles reflejos físicos y mentales:
—Que se haga mi voluntad…
—Hecho.
—…así en la Tierra como en el
Cielo…
—Hecho.
—…desde ya mismo.
—Hecho.
Ahora Dios y yo somos socios al
cincuenta por ciento.
(Servidor de ustedes)
(Servidor de ustedes)
Jajajaja, no está nada mal, buenos reflejos, aunque creo que Dios no se encarga de las cosas materiales de la tierra, con lo cual te vas a quedar igual de pobre... te dejará libre como hasta ahora, para que hagas tu voluntad.
ResponderEliminarMuy simpático tu relato Joe, realmente me ha encantado.
Un abrazo.
Pues mira, ahora, por descreída, no te doy el 25%
EliminarGracias por la visita, guapa. Que tengas buen día. Un fuerte abrazo.