¿TERRORISTAS? NO, GRACIAS
Lo que más me sorprendió siempre
de los terroristas, sobre todo de los terroristas que se autoinmolan, valga la
expresión, es ese inmenso volumen de mental estupidez que les hace capaces de
volarse en pedazos sin más consecuencias que perder la vida y hacer que la
pierdan un montón de personas, que nada tienen que ver con el problema que
ellos tratan de solucionar. Cuando consideras cómo los kamikazes se lanzaban en
picado contra los buques aliados, mientras el Emperador estaba tranquilo en su
palacio, te dan ganas de reír, pero no lo haces por consideración al drama
personal de los jóvenes pilotos y al general del país al que servían. Si,
además, contemplas el resultado obtenido –el lanzamiento de las bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki-, la cosa toma tintes de broma macabra y grotesca.
Pero, en fin…
Ahora nos enfrentamos al
terrorismo de la famosa Yihad Islámica, Estado Islámico o ISIS, que las
denominaciones son lo de menos. Usted está tranquilamente esperando al tranvía,
al autobús o al avión, y un señor vestido con un traje de explosivos estalla a
su lado y le jode la vida, a usted y a todo bicho viviente en un radio de 50 metros . Lo primero que
se me ocurre es que el cociente intelectual de esa persona es -0,15, pero eso
no sirve para nada. Que se lo pregunten a las víctimas de Charlie Hebdo o del
Aeropuerto de Zaventem, en Bruselas.
Tengo el terrible vicio de
pensar. Es algo que nació conmigo, y ni mis pobres padres consiguieron librarme
de él, a pesar de tratarme a cuerpo de rey hasta que desaparecieron. Se
preocuparon de que recibiera una educación esmerada, sin darse cuenta de que en
la propia educación que recibimos desde pequeños está el germen que corroe
nuestro cerebro y nos condiciona para actuar como autómatas, a las órdenes del
Poder establecido, que es el que define, delimita y controla la educación que
se nos imparte. Un círculo vicioso que sólo la personalidad de cada uno puede
romper, a fuerza de tremendos sacrificios.
Gracias a Dios, yo conseguí
llegar a pensar por mí mismo.
Me habían amenazado con que si no
cumplía los sietes primeros viernes de mes iría al Infierno; también si no iba
a misa; y si no estaba en gracia de Dios; y si codiciaba los bienes ajenos y la
mujer del prójimo.
Pero la cosa no iba por ahí. Pude
darme cuenta a tiempo y evitar el suicidio (que también me habría conducido
directamente a las calderas de Pedro Botero, por supuesto)
El caso es que he seguido
pensando hasta llegar a mi avanzada edad, y pienso seguir haciéndolo mientras
el alzhéimer lo permita.
¿Qué puede llevar a un hombre
hasta el extremo de reventarse y reventar a un grupo de congéneres? ¿Qué tiene
ese individuo por cerebro? ¿Qué premio espera conseguir en esta vida o en la
otra como finiquito de tan noble y esforzada acción? ¿De qué manera puede
influir su estúpido acto criminal en el devenir de los acontecimientos que
afectan a su religión, a su política o a su raza? Evidentemente, son preguntas
cuyas respuestas corresponderían a psiquiatras profesionales o cimeros sociólogos,
más cualificados que yo para tales menesteres.
Lo que sí he conseguido, tras
muchas horas de pensar por mí mismo, es un atisbo de solución al problema; una
salida que podría aportar, cuando menos, la reducción drástica en el número de
víctimas relacionadas con atentados en medios de transporte público.
La cosa es sencilla: todos los
viajeros utilizarán un autobús, tren, tranvía, metro, coche o avión por
persona, así como una estación, parada de taxis, garaje o aeropuerto. Una
persona para cada medio e instalación. Se acabaron las aglomeraciones; se
acabaron los atentados masivos. Mientras haya un tipo con una pistola, el
terrorismo seguirá existiendo, pero las consecuencias serán diferentes. Vayan
pensándolo. Además, mi sistema tiene una ventaja añadida, cual es que si se
detecta que uno lleva un chaleco cargado de explosivos, pues que pilote él
mismo, ¡no te jode…!
NOTA.- Probablemente, el
terrorismo no tiene más solución que la cultura y la justicia. No creo que las
próximas generaciones contemplen su desaparición, porque vivimos en una
sociedad inculta e injusta.
Expreso aquí mi dolor por los
atentados de Bruselas, y por toda la criminal irracionalidad que sacude el
mundo.
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