CANTOS DE SOLEDAD
I
¿A quién he de culpar
si tengo el corazón paralizado;
si, en vez de roja sangre,
por mis podridas venas
apenas se desliza,
como mortal serpiente inanimada,
un torrente de arena?
¿Quién podrá consolar
—de qué manera—
este vivir que es muerte
estrafalaria, inútil;
que es apagón de llama;
que es quimera?
Sólo puedo sentir
que no puedo sentir
lo que sentía,
y este torpe marchar
tan sin sentido
es ceguera que se troca
en agonía.
II
Hago como que hago
para matar el tedio
y llenar, con un soplo de vida,
esta cruel soledad
que es un lamento.
Dichoso el perseguido;
feliz el denostado;
gentil el criminal
que borra su pasado
con trazos de honradez
en cualquier lado.
Mas desgraciado el hombre
que antes fuera certero,
seguro de sí mismo,
cuando se encuentra solo
al borde del abismo.
Hago como que hago
para matar el tedio,
mientras cada segundo
va arrancando, a bocados,
mi vida sin remedio.
III
Maldito día gris
que en lluvia rompes
aquel bruñido azul
del limpio cielo.
Maldito día gris
que lloras sangre
brotada de mi carne
y de mis huesos.
Tu empañada mirada
es mi mirada;
tus errantes celajes
son mi alma;
tu tétrico vacío
me acongoja
y transforma en terror
mi tensa calma.
Si hasta la luz del Sol
me fue negada
y ya escuchar no puedo
el canto de las aves,
que buscaron cobijo
en la enramada,
habré de hallar mi fuerza
en mis pesares.
Negras puertas cerradas
a mi paso,
no escucharéis mi voz
ni mi lamento:
el roce de mis pies
entre la niebla
llave de oro ha de ser
en su momento.
Maldito día gris
que en frías dudas
conviertes mis certezas
más tozudas.
(Servidor de ustedes)
(Servidor de ustedes)
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