El rapto de las sabinas (Francisco Pradilla)
Digamos, para empezar, que el nombre de Paco Pérez sólo es exacto al ochenta por ciento más o menos, porque no se trata de estigmatizar a nadie ni de que me pongan una querella por difamación, aunque hayan transcurrido varios decenios desde el suceso que aquí se narra. Por otro lado, tampoco voy a contaros algo que pudiera resultar ofensivo para los protagonistas, entre los cuales me encuentro; la historieta sólo describe unos hechos que constituyeron, en definitiva, mi primer desengaño amoroso.
Pero vamos al meollo de la cuestión.
No es que la cosa tuviera mucha relación con el rapto de las sabinas, aparte de que Paco no resistiría una comparación con Rómulo (al menos con la imagen del Rómulo que nos describe la Historia), y en honor a la verdad tampoco secuestró a nuestras mujeres, pero al recordar los acontecimientos ambas imágenes se han fundido en mi mente, se han mezclado con un poco de humor y han dado origen a este articulillo, je, je.
Paco era un muchacho de unos 13 años, la misma edad que compartíamos -año arriba, año abajo- todos los que tomamos parte en los sucesos que se narran. Paco tenía una cualidad que destacaba sobremanera (creo): era guapo. Con su pelito rubio, su hablar cariñoso, su tipito y su pequita a un lado de la barbilla las traía locas.
De esto nos enteramos al final de la historia.
Como en cualquier barrio del mundo en el mío había chicos y chicas, y unas veces jugábamos por sexos y otras todos juntos al pañuelo, a pillar, al balón prisionero, al escondite ... Así había sido desde que empezamos a tener uso de razón y nuestros padres nos permitieron bajar a la calle solos (entonces no había tráfico) Ellas eran "las chavalas"; nosotros, no sé. Compartimos carreras, saltos y balón en muchísimas ocasiones, y hasta algún que otro insultillo en función de cómo estuviera el ambiente.
Pero un buen día todo eso se acabó.
Las chavalas no aparecían en la calle.
Nos quedamos desconcertados.
Al fin alguien, a través de alguien al que había informado confidencialmente alguien, se había enterado de que nuestras chavalas habían conocido a Paco, y de que todas las tardes se reunían e iban a buscar a Paco y sus amigos al barrio situado al sur de la ciudad, a unos 3 kilómetros del nuestro.
No podíamos creerlo, así que decidimos seguirlas con el mayor disimulo posible, disimulo que no impidió que se dieran cuenta de nuestra presencia a lo lejos y pusieran en guardia (¡traidoras!) a Paco y compañía, que nos estaban esperando e intentaron echarnos el guante en cuanto llegamos. Los miembros de mi expedición salieron huyendo como demonios, y a mí (que era el más alto con diferencia y siempre me disgustaron las huidas) me llevaron "prisionero" a presencia de Paco (que, por cierto, estudiaba en el mismo colegio que yo) y el resto de sus secuaces. Mientras dos tipos me sujetaban por los brazos, ante el pitorreo de "nuestras" chicas (que fue lo más doloroso), se produjo un breve diálogo entre Paco y yo, que bien podría resumirse así:
- Conque has venido a espiarnos, ¿eh?
- ¡Buh!
- Pues te vamos a torturar.
Yo no las tenía todas conmigo. Me limité a repetir:
- ¡Buh!
- ¿No te lo crees?
Las chavalas se mondaban de risa ( y ellos también), así que decidí que por aquella vez ya había hecho suficientemente el canelo; eché mano de la poca dignidad que me quedaba, pegué un empujón a mis captores que salieron dando tumbos, y me despedí para siempre con un incontestado y sonoro "¡Que os den por el culo!"
Nadie intentó retenerme, pero tuve que volver a casa en solitario a través de la ciudad, sintiendo en el fondo de mi corazón aquella triste sensación de irremediable ruptura con un pasado que había sido gratificante y divertido. Fue mi primer desengaño amoroso, aunque en este caso el "amor" sólo fuera una sensación de confortable propiedad, je, je.
Tiempo después me di cuenta de que Paco no tenía la culpa, y de que los hombres y las mujeres son hombres y mujeres.
Aunque hoy en día empiecen a surgir ciertas dudas sobre este asunto.
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