LA VIOLETA Y EL GUERRERO
Con ronca voz de trueno
habló el guerrero,
encendidos los ojos
como el fuego,
empuñando el acero:
—¿Quién eres tú,
que osada te interpones
en mi senda,
cortándome el camino
a mí,
que miles de enemigos
degollara, feroz,
en la contienda?
—Soy tan sólo, señor,
humilde violeta;
la más sencilla flor,
la más discreta;
mensajera de amor
entre poetas,
y amiga predilecta
del dulce ruiseñor.
—¡Por Dios, que tu soberbia
no tiene parangón,
vil criatura!
¿Menosprecias mi audacia
y mi valor
probado en cien batallas,
pensando que un guerrero
como yo
debiera respetar
tu ínfima talla
y conservar tu vida,
desviando el pisar
de su caballo
por cualquier otro camino
de la España?
—No conocí a mis padres,
buen señor,
y no poseo hacienda,
ni tengo mediador
o alguien que me defienda.
Apelo a tu linaje
de noble caballero
para seguir aquí,
viviendo humildemente
en el sendero.
—¡Aléjate de ahí,
o probarás
el filo de mi acero!
—No tengo a donde ir;
ésta es mi casa.
Apiádate de mí:
rodea y pasa.
—¡No lo verán los cielos!
El campo es infinito
y escaso tu equipaje,
emprende, pues, el viaje,
o pongo finiquito,
sin ambages,
a tus burdos anhelos.
—Madre Naturaleza
castigará, ejemplar,
tu injusticia sin par
y tu vileza.
Fuese la violeta
llorando su dolor
entre la yerba amiga,
en el postrer adiós
de una mendiga
sin rumbos y sin metas,
y quedó el caballero
erguido en la montura,
saboreando soberbio
en su locura
las mieles del poder,
la grata euforia
de contar en su haber
otra victoria.
Abriéronse los cielos
y la voz del Sin Nombre,
detonante,
oyóse en todo el orbe:
—¡No es gloria de guerrero,
hombre malvado,
ni obrar de caballero,
al débil despojar,
ni al ultrajado
con ahínco ultrajar!
Cubriéronse los montes y llanuras
con celajes de niebla,
desde el fondo del valle
a las alturas,
y dijo así el Señor,
entre tinieblas:
—Has arrojado
a mi humilde criatura
al pozo del dolor
y el sufrimiento,
robándole la paz
sin miramiento,
su hogar
y su sustento.
Vagarás como ella
tristísimas jornadas
sin encontrar tu casa;
sin contemplar el Sol,
la Luna o las estrellas;
ciñéndote la niebla
cual mortaja.
Encontrarás la paz
cuando la dama
más virtuosa
y discreta
ponga en riesgo su fama,
ofreciendo
a su esquivo galán
una violeta.
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