
domingo, 30 de mayo de 2010
El rey y la sanidad española.

martes, 25 de mayo de 2010
Letanías

L E T A N I A S
Del que canta el crimen fratricida
y desprecia el amor a sus hermanos
disfrutando de fama inmerecida...
¡libéranos, Señor!
Del tristorro llorón impenitente,
solazado mostrando sus desgracias
en busca del aplauso de la gente...
¡libéranos, Señor!
De los que navegando por lo oscuro
incapaces parecen de encender
un humilde candil o un buen carburo...
¡libéranos, Señor!
Del loco que, por cierto, está muy sano
y del cuerdo que simula orate ser
por golpearnos impune con su mano...
¡libéranos, Señor!
De los hombres que gozan del lamento
y pretenden anular nuestra razón
abusando de falsos juramentos...
¡libéranos, Señor!
De los que dicen vivir en las cloacas
disfrutando la inmunda podredumbre,
amantes de escorpiones y de ratas...
¡libéranos, Señor!
Del cantor de entrepiernas y de senos;
de penes prominentes y pezones;
de escaladas por el monte de Venus...
¡libéranos, Señor!
Del cegato con gafas de madera
que perdió la audición, pero no emplea
audífono adecuado a su sordera...
¡libéranos, Señor!
De los que justifican el alcohol
en la infame presión de la injusticia
y juegan con sus cartas de farol...
¡libéranos, Señor!
De aquél que se aprovecha del momento
—so pretexto de ser un elegido—
y defeca en las tumbas de los muertos...
¡libéranos, Señor!
Del que ensalza a la pobre prostituta,
buscando sabe Dios qué recompensa,
y jura que su madre es una puta...
¡libéranos, Señor!
Del que tiene una vulva por cerebro,
un pene como consejero y guía
y un odio visceral hacia los negros...
¡libéranos, Señor!
De piltrafas que dicen ser poetas
y de poetas que fingen ser piltrafas
para lograr mayor gloria y más pesetas...
¡libéranos, Señor!
Del profeta y maestro iluminado
y del dócil esclavo de
incapaces de ver el otro lado...
¡libéranos, Señor!
De aquéllos que utilizan por bandera
sus propios excrementos condensados
en versos deprimentes y quimeras...
¡libéranos, Señor!
De tipos como yo, tan embobados,
que a la hora de elegir entre besar
o abofetear, aún no lo tienen claro...
¡libéranos, Señor!
¡Libéranos, Señor, de la tristeza;
de la duda; del odio, de los vicios;
de nuestra oposición al sacrificio;
de la falta de amor; de la vileza!
¡Libéranos rompiendo las cadenas
que nosotros, soberbios, nos forjamos
en acciones malditas cada día
con premeditación y alevosía,
y que ahora nos mantienen atrapados
en el pozo insondable de las penas!
miércoles, 19 de mayo de 2010
Cuidado con las preguntas de vuestros nietos

El incidente (Relato)

EL INCIDENTE
El comisario Apodaca se rascó el cogote mientras leía el documento que reposaba sobre su saturada mesa de trabajo. Luego dio un bufido, alzó la vista y preguntó con voz de trueno:
— Pero, ¿qué demonios es esto…?
El inspector Luis Quintana, sentado frente a él al otro lado del escritorio, sabedor del carácter que su jefe exhibía en circunstancias parecidas, apenas abrió los labios para musitar:
— El incidente de ayer, señor comisario; tal como sucedió.
Apodaca le contempló de hito en hito, luego desplazó ligeramente el papel hacia el centro de la mesa, y dijo:
— Voy a leerte el informe que has redactado, Quintana. No me interrumpas. Después me dirás si ratificas lo escrito o quieres cambiar algo antes de cursarlo: En Córdoba, a tantos de tantos, etcétera. Siendo las dos y cuarenta y cinco minutos de la madrugada, se recibe en esta comisaría, sita en la calle Doctor Fleming, número dos, un aviso del Servicio de Emergencias comunicando un posible intento de robo en el Museo Arqueológico y Etnológico, ubicado en el Palacio de los Páez de Castillejo, en la plaza de Jerónimo Páez. Puesto en marcha el correspondiente dispositivo, se desplazan hasta el lugar de los hechos un coche “K”, ocupado por un inspector y un subinspector, y dos unidades “Z”, llegando a la puerta del museo a las dos y cincuenta y ocho minutos. El servicio de vigilancia del museo informa al inspector abajo firmante de haber percibido ruidos sospechosos en diferentes zonas del palacio, tanto en la planta baja como en la superior, por lo que se procede de inmediato a un despliegue de la fuerza para realizar la correspondiente inspección ocular, que se desarrolla sin incidentes hasta las tres y siete minutos, hora en que este inspector, situado en la planta baja del inmueble, en la zona correspondiente a las salas tres, cuatro y cinco, es sorprendido por un hecho por completo fuera de lo normal y ajeno a cualquier explicación lógica, cual es que al proyectar la luz de su linterna sobre la escultura denominada “Mithras Tauróctono”, las figuras del grupo escultórico cobran vida y se lanzan en tromba contra el abajo firmante, que apenas puede evitar la embestida del enorme toro, que sangra por el cuello mugiendo terroríficamente, mientras la serpiente y el alacrán avanzan directos hacia él, el perro ataca ladrando con indescriptible ferocidad, y el propio dios Mithras grita algo así como “¡Vete a tomar por el culo, imbécil, y déjanos dormir en paz”! En tales circunstancias, este inspector no tiene más remedio que utilizar su arma reglamentaria, vaciando el cargador sobre los agresores, que, de manera no menos sorprendente, recobran su apariencia habitual cuando comparece el resto de la fuerza, encendiendo las luces de las salas mencionadas. Y para que así conste, firmo este informe en etcétera, etcétera… Y te cargaste un par de expositores valorados en tres mil quinientos euros…
— Pues fue lo que pasó, jefe; ¿qué quiere que le diga?
— ¿Quién era el subinspector que te acompañaba?
— Fernández.
El comisario vociferó por el intercomunicador:
— ¡Que venga Fernández a mi despacho! —Diez segundos después, el larguirucho y jovenzuelo subinspector estaba ante ellos, más rígido e inmóvil que la momia de Tutankamon—. A ver, Fernández, ¿que sucedió cuando llegaron al museo? ¿Habían bebido? Tiene que haber una explicación para toda esta locura.
— El inspector Quintana me pidió un cigarrillo —balbució el joven—, y puede que ahí esté la clave de la cuestión, señor comisario.
— ¿Por qué? ¿Qué puede importar un cigarrillo en este asunto?
— Por cierto, que me sentó la mar de bien —apostilló el inspector—; a la tercera calada me relajé completamente. Nunca he experimentado tal sensación de bienestar.
— Muéstreme su cajetilla de tabaco, Fernández —ordenó el comisario.
El subinspector se ruborizó hasta las pestañas; con mano trémula sacó de su bolsillo dos paquetes iguales en apariencia y los depositó sobre la mesa. Apodaca los abrió, comprobando al momento la notable diferencia de factura entre ambas labores; olfateó uno de los cigarrillos, y exclamó:
— ¡La madre que parió a Gedeón; pero si esto es un canuto como la copa de un pino…! ¡No me extraña que vieras visiones… ¡ ¡Dese por follado, Fernández!
— Le aseguro que fue sin querer, señor comisario. Es que, en plena oscuridad y con la tensión del momento, me equivoqué de paquete.
El inspector Quintana intentó atraparle, con la nefasta intención de estrangularle allí mismo, pero Fernández ya era tan sólo una silueta en la distancia.
Bendita Afrodita (Relato)

BENDITA AFRODITA
En justicia, no podría decirse que Ernesto fuera un pervertido o un libidinoso practicante de sofisticadas y socialmente inaceptables conductas sexuales. Era un hombre normal. Defina usted “normal”. Ya empezamos… Quiero significar que no se le conocían escándalos personales o familiares; que era eficiente y leal en su puesto de trabajo (ingeniero de mantenimiento de sistemas), y que cumplía con sus deberes de padre honesto y amante esposo. Sí, pero ha empezado por mencionar la cuestión sexual. Deduzco que ahí está el meollo de esta historia. Supongo que enseguida nos saldrá con que Ernesto se vestía con las bragas y los sostenes de su mujer, y se exhibía ante el espejo pavoneándose como una corista en día de estreno. ¡Joder!, ahora empiezo a comprender los problemas del mundo. No he profundizado media página, y usted ya está extrayendo conclusiones; sin ningún fundamento, por otra parte. Aunque debo admitir que su precipitada deducción contiene un punto de realidad. Lo sabía. Al final, el amigo Ernesto resultará un sinvergüenza de agárrate y no te menees. ¿Sería posible que me dejara continuar sin más interrupciones? ¡Perfecto! Y del derecho a la libertad de expresión, ¿qué? Estoy dispuesto a debatir sobre lo divino y lo humano, pero este relato es mío y yo sí que reclamo mi derecho a poder crearlo en paz y tranquilidad. ¿No se da cuenta de que resulta imposible escribir cuando alguien o algo se convierte -cual es su caso- en nuestra particular mosca cojonera? Cuidado con lo que dice, que ésas son palabras mayores... ¡Magnífico! Ahora se siente ofendido y se indigna, cuando debería haberle roto la cara en la octava frase. Qué bien hizo Saramago retirándose a Lanzarote; allí nadie le molesta. Oiga, pues no es mal sitio. Un poco ventoso, quizá, pero muy agradable. Si decide establecerse en la isla, cuente conmigo. Antes tendrían que concederme el Nobel, y a este paso lo veo muy improbable… ¿Prosigo? Prosiga, pero me reservo el derecho a comentar. Haga usted lo que quiera… El caso es que Eduardo estaba obsesionado con la diosa Afrodita,
Mientras se abotonaba la chaquetilla del pijama, contempló el billete del AVE Madrid-Sevilla que descansaba sobre la mesita de noche: “Tren A9628-Coche 0006-Plaza
Dos días más tarde, los titulares de los diarios mostraban la siguiente información: “ACCIDENTE CÓSMICO EN EL AVE: AYER UN METEORITO DESTROZÓ EL ASIENTO 14A DEL COCHE 006, SIN QUE SE PRODUJERAN VÍCTIMAS”
¿Llama usted relato a esta bazofia?
¡Váyase a la mierda…!
sábado, 15 de mayo de 2010
La voladura de las Torres Gemelas (11-S)

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jueves, 13 de mayo de 2010
Cara y cruz

En el mundo cohabitan —imposibilitados para convivir y permanentemente enfrentados— algunos tipos de personas, que constituyen la cara y la cruz de una serie de monedas rodantes, cuyo conjunto forma un “tesoro” autodenominado Humanidad, que, impulsadas por invencibles y misteriosas fuerzas, se desplazan girando sin cesar a través de la inconmensurable mesa del espacio-tiempo hacia un destino desconocido, pero —si las cosas no cambian— más negro que las entrepiernas de un grillo.
Examinémoslos someramente:
— Los que dan y los que reciben.
— Los que ponen las bombas y los que vuelan por los aires.
— Los que son blancos, negros, amarillos o de cualquier otro color, y los que no.
— Los que aplican a rajatabla contra el prójimo
— Los hombres y las mujeres.
— Los ricos y los pobres.
— Los que pagan a Hacienda y los que están domiciliados en paraísos fiscales.
— Los que tienen el hábito de fumar y los que engrosan las arcas del Estado y las propias a cuenta de ellos.
— Los que defienden que la pluma es más poderosa que la espada y los que les cortan la cabeza por intentar demostrarlo.
— Los que originan el agujero de ozono y los que pillan el correspondiente cáncer de piel.
— Los que montan las campañas de seguridad vial y los que se rompen la crisma cada fin de semana.
— Los que defienden el imperio de la justicia y los que soportan como pueden dicho imperio.
— Los que piden el desarme mundial y los que fabrican armamento.
— Los que tienen perro y los que limpian jardines y vías públicas.
— Los que mandan y los que obedecen.
— Los que piensan luego existen, y los que existen luego piensan de vez en cuando cuanto menos mejor porque es que se te pone la cabeza loca de tanto pensar, oye.
— Los que hablan mi idioma y los cabrones que ni lo hablan ni quieren hacerlo, maldita sea su estampa.
— Yo y los demás.
La ineludible realidad de lo escrito me abruma bajo su peso, y me obliga a modificar el planteamiento inicial proporcionándome un nuevo punto de vista mucho más preciso: no es que existan en el mundo algunos tipos de personas antagónicos…, ¡es que hay seis mil millones!
miércoles, 12 de mayo de 2010
Nuevo Dacia "Duster"
martes, 11 de mayo de 2010
Hoy fui invitado al programa "Aspaldiko", de ETB 2

domingo, 9 de mayo de 2010
La maestra
miércoles, 5 de mayo de 2010
Todos somos griegos

lunes, 3 de mayo de 2010
Consideraciones sobre la catástrofe de la plataforma "Deepwater Horizon"

domingo, 2 de mayo de 2010
La nube del volcán "Eyjafjalla" se ha ido, y nadie sabe cómo ha sido
