En este blog se permite fumar, aunque recomiendo no hacerlo en agradecimiento a una excelente homeópata a la que debo mucho. Se prohibirá terminantemente el día en que desaparezcan las armas atómicas, las centrales nucleares y sus residuos, la contaminación, la desertización y la pederastia. ¡Ah!, se me olvidaba, también se pueden dejar comentarios.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Bendita Afrodita (Relato)

BENDITA AFRODITA

En justicia, no podría decirse que Ernesto fuera un pervertido o un libidinoso practicante de sofisticadas y socialmente inaceptables conductas sexuales. Era un hombre normal. Defina usted “normal”. Ya empezamos… Quiero significar que no se le conocían escándalos personales o familiares; que era eficiente y leal en su puesto de trabajo (ingeniero de mantenimiento de sistemas), y que cumplía con sus deberes de padre honesto y amante esposo. Sí, pero ha empezado por mencionar la cuestión sexual. Deduzco que ahí está el meollo de esta historia. Supongo que enseguida nos saldrá con que Ernesto se vestía con las bragas y los sostenes de su mujer, y se exhibía ante el espejo pavoneándose como una corista en día de estreno. ¡Joder!, ahora empiezo a comprender los problemas del mundo. No he profundizado media página, y usted ya está extrayendo conclusiones; sin ningún fundamento, por otra parte. Aunque debo admitir que su precipitada deducción contiene un punto de realidad. Lo sabía. Al final, el amigo Ernesto resultará un sinvergüenza de agárrate y no te menees. ¿Sería posible que me dejara continuar sin más interrupciones? ¡Perfecto! Y del derecho a la libertad de expresión, ¿qué? Estoy dispuesto a debatir sobre lo divino y lo humano, pero este relato es mío y yo sí que reclamo mi derecho a poder crearlo en paz y tranquilidad. ¿No se da cuenta de que resulta imposible escribir cuando alguien o algo se convierte -cual es su caso- en nuestra particular mosca cojonera? Cuidado con lo que dice, que ésas son palabras mayores... ¡Magnífico! Ahora se siente ofendido y se indigna, cuando debería haberle roto la cara en la octava frase. Qué bien hizo Saramago retirándose a Lanzarote; allí nadie le molesta. Oiga, pues no es mal sitio. Un poco ventoso, quizá, pero muy agradable. Si decide establecerse en la isla, cuente conmigo. Antes tendrían que concederme el Nobel, y a este paso lo veo muy improbable… ¿Prosigo? Prosiga, pero me reservo el derecho a comentar. Haga usted lo que quiera… El caso es que Eduardo estaba obsesionado con la diosa Afrodita, la Venus romana, desde su más tierna juventud. No sabía por qué. Puede que las lecciones de su profesor de Historia del Arte y de la Cultura le hubieran pillado en un momento tonto, pero la divina y grácil hermosura de la deidad, reflejada en miles de pinturas, grabados, mosaicos y esculturas a lo largo del tiempo, ocupaba un lugar preferencial en su mente. ¿Era un adorador de Afrodita? No. ¿Un admirador? Sí. Su esposa estaba al corriente de tan peculiar afición, y aunque no la compartía tampoco la consideraba censurable ni preocupante. Así que Ernesto guardaba reproducciones de pinturas y esculturas de la diosa, cuyos originales procedían de artistas como Praxíteles, Botticelli, Apeles o Herbert Draper, por citar algunos, y había visitado museos en Londres, París, Roma, Berlín y Madrid, siempre en busca de imágenes de su idolatrada.

Mientras se abotonaba la chaquetilla del pijama, contempló el billete del AVE Madrid-Sevilla que descansaba sobre la mesita de noche: “Tren A9628-Coche 0006-Plaza 14 A” Sonrió complacido: iba a aprovechar este viaje de trabajo para visitar, por fin, el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, ubicado en el hermoso Palacio de los Páez de Castillejo, en pleno casco histórico cordobés, y admiraría durante horas la sin par belleza de “Afrodita agachada”, una escultura datada entre 138 y 192 de nuestra era. Se introdujo entre las sábanas, junto a su esposa, y con la misma sonrisa en los labios cayó en un profundo sueño. No supo qué hora era, pero en medio de la noche sin tiempo amaneció en el dormitorio conyugal, y desde el centro luminoso una hermosa y desnuda mujer le dijo: “Soy Afrodita, la que tú amas. Espero tu visita, Eduardo, pero no subas mañana a ese tren”. Saltó sobre la cama como si le hubiera mordido una cobra, y sus desorbitados ojos sólo percibieron oscuridad. Nervioso y preocupado despertó a su mujer, y le relato punto por punto su breve sueño. Tomaron la decisión en un segundo (no hay que despreciar los avisos de los dioses): Eduardo se quedaría en casa. Y así se hizo.

Dos días más tarde, los titulares de los diarios mostraban la siguiente información: “ACCIDENTE CÓSMICO EN EL AVE: AYER UN METEORITO DESTROZÓ EL ASIENTO 14A DEL COCHE 006, SIN QUE SE PRODUJERAN VÍCTIMAS”

¿Llama usted relato a esta bazofia?

¡Váyase a la mierda…!

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