Todo el mundo siente la tentación de contar sus vivencias en el ejército, aunque sea de vez en cuando (algunos, seis veces al día; si les dejas...)
Yo no soy la excepción.
Reconozco ahora, a más de cuarenta años de distancia, que mi incorporación forzosa a filas y mi estancia en la Agrupación Mixta de Encuadramiento VI fueron un auténtico peñazo, que me partió la vida por la mitad. Pero como el tiempo todo lo arregla, y nuestro cerebro termina olvidando lo malo para quedarse con lo bueno (gracias a Dios), al final he de admitir que la cosa no fue tan terrible, y hasta me quedaron buenos recuerdos de mi vida militar. Como el que tengo del teniente Corcuera.
Era éste un individuo muy particular. De aspecto feroz, no muy alto pero corpulento, canoso y con facciones de bulldog, el teniente Corcuera impresionaba a primera vista, y aterrorizaba en cuanto dejaba oír su potente y bien timbrada voz, capaz de partir una baldosa a diez metros de distancia. Claro, asustaba a los reclutas; a los recién incorporados. Los veteranos ya le conocían de sobra, y sabían que era un buen hombre. Por eso se dice, sin duda, que la veteranía es un grado.
El teniente Corcuera era amigo fiel de la limpieza y el orden.
Los centinelas tenían la costumbre (que hoy día se mantiene, sobre todo en los váteres públicos) de escribir mensajes multitemáticos en las garitas de guardia, sin duda por matar el tedio. El teniente sorprendió a uno de ellos en tales menesteres, se le quedó mirando con los brazos en jarras (mientras el soldado rogaba a la Tierra que se lo tragase), y dijo con voz de trueno:
- Chiguito, ¡me "cagüen" mi puta vida!, que si "querís" pintar yo os daré papel y pluma, pero no me "pintís" en las garitas; "pintame" en la barriga de vuestra madre.
Creo que el chaval tuvo que blanquear personalmente el interior del pequeño habitáculo militar, pero la cosa no pasó a mayores.
A las 10 de la mañana, más o menos, los encargados de panadería depositaban delante de la puerta de su unidad ("Ingenieros") dos grandes cestos, repletos de panes recién horneados, y nunca faltaba el novato que, a la vista de tan suculenta oferta en la hora del almuerzo, echaba mano a un par de panes y seguía su marcha hacia la cantina, haciéndose el despistado. ¡Craso error...! El teniente Corcuera SIEMPRE vigilaba sus cestos desde la ventana del segundo piso.
- ¡¡Chiguito, me "cagüen" mi puta vida, deja esos panes donde estaban; ahora mismo...!!
El aludido miraba al cielo creyendo escuchar la voz del Altísimo, pero, al comprobar que la cosa era más grave todavía, arrojaba los panes al cesto y salía huyendo como alma que lleva el diablo, lo que ponía una leve sonrisa de pícara satisfacción en los labios del teniente. Los veteranos, que ya conocíamos el percal, nos limitábamos a decirle desde la calle:
- ¡A sus órdenes, mi teniente! ¿Puedo coger un par de panes para el almuerzo...?
La respuesta era, indefectiblemente, la misma:
- Coge los que quieras, chaval.
Decididamente, era una buena persona.
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