¡Por Dios bendito!,
no vengáis a decirme
a estas alturas,
científicos y sabios,
qué es la Vida
ni dónde puede haberla.
La siento en mi interior
como un continuo
espaciotemporal indescriptible;
como una zarza ardiente
por sí misma
que el huracán no aviva
ni puede sofocar
ningún torrente.
Cuando mi yo está inmóvil,
ella mueve mi pluma
con su aliento,
mostrándome que vivo
en la sombra alargada
de mis versos.
Infalible me guía
de distantes pasados
a futuros ignotos
por senderos de sombra
y caminos de duda,
por infiernos de llanto
y cielos de alegría.
Solo en la inmensidad
del Universo
no tengo ni esperanza,
ni fe, ni caridad,
ni lágrimas, ni furia,
ni piedad.
Pero ella está conmigo
y la siento constante
en el amoroso arrullo
de las tórtolas,
en el incansable cortejo
de las urracas
blanquinegras y alocadas,
en el gorjeo matinal
de los grises
y supervivientes gorriones,
en los rayos del Sol de primavera,
en las flores rosadas del cerezo,
en el soplo del viento,
en el lejano titilar de las estrellas,
en el latido de mi propio corazón
y mucho más allá.
Es un continuo espaciotemporal
hasta la Eternidad.
En esta anochecida,
no vengáis a decirme,
científicos y sabios,
qué es la vida.
(Servidor de ustedes)
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