EL EPITAFIO
Empapada su frente
en gotas de sudor,
al rojo Sol naciente
redoblaba el tambor.
El desconchado muro,
mil veces baleado
de ardiente plomo duro
y mil ensangrentado,
marcaba la frontera
entre la libertad
y el fin de una quimera
que un día fue verdad.
A Dios le encomendaba
un santo cura asceta,
sus manos a la espalda
atadas bien sujetas.
Enfrente, el pelotón
de recios fusileros,
para su ejecución
ejecutar certeros.
A las puertas cerradas
de un futuro agotado,
recorrió su mirada
los cielos azulados
y respiró profundo
el anteúltimo aliento
con aire de este mundo,
sofocando un lamento.
Acercóse el teniente
que mandaba la tropa
y muy condescendiente
le expuso esta pregunta:
—¿Desea el condenado,
como es su facultad,
pedir algún recado
de última voluntad?
—Aunque siempre fui un zafio
quiero solicitar
que me honre un epitafio
donde he de descansar.
—Dígame el texto exacto
que tomo anotación.
Correrá con el gasto
nuestra Administración.
—En lápida de mármol
del frontis de mi fosa,
bajo un frondoso árbol,
grabar se ha de esta glosa:
"Yacente aquí hay un hombre
que aceptó como propios
de la gran muchedumbre
el dolor y el oprobio.
No creyó en la justicia
de los libros de leyes,
ni en la ruin avaricia
de los injustos jueces
y enarboló las armas
haciéndose soldado
por despertar las almas
del sueño abandonado
donde estaban sumidas,
perdido el horizonte,
hundidas, encogidas,
sin mañana y sin norte.
Luchó como guerrero
que no teme a la muerte
pensando, muy certero,
que mejorar la suerte
es derecho sagrado
de todo ser humano
y deber olvidado
del gobernante ufano.
Las gentes le siguieron
combatiendo a su lado
y felices murieron
por mejorar su estado.
Vivió impecablemente
cumpliendo su deber
y actuando noblemente
guiado en su saber.
La traición le ha vencido
y en su retiro eterno
repite convencido,
salvado del Infierno,
que el que a hierro ha matado,
es de seguridad
y así está demostrado,
a hierro morirá;
quien busca conseguir
la plena libertad,
debe cierto asumir
con limpia integridad,
con clara exactitud,
que
no está en la multitud
sino en el corazón:
Por eso aquél que quiera
los cambios a balazos
piense de otra manera
y no errará sus pasos.
Este hombre ajusticiado
murió como un valiente
al fusil enfrentado,
altivo y sonriente,
como había vivido:
viril y corajudo,
audaz y decidido
a no ser un felpudo.
Medita esta leyenda
durante unos instantes
y prosigue tu senda,
amigo caminante."
Anotaba el teniente
el fin en su cuaderno
y dijo sonriente,
mirando fijo al reo:
—¿Qué debemos hacer
si el escrito completo
no pudiera caber
en el mármol repleto?
Sopesó el condenado
la respuesta sincera,
que dio al uniformado
de tan simple manera:
—Forzoso es comprender
que la vida es un juego…
Puede, entonces, poner:
"Nos vemos y... ¡hasta luego!"
Una maravilla de poema Joe, la sencillez de ese final contrastando con el dramatismo de la historia, le dan un carácter a la obra difícil de igualar, tanto en contundencia como en la pulcritud y elegancia narrativa.
ResponderEliminarMis sinceras Felicitaciones , compañero
La verdad es que me lo pasé bomba escribiéndolo, porque tenía la idea del final muy clara en mi mente. Se trataba de establecer un paralelismo entre el boato, la pompa, el despilfarro soez de nuestra existencia, y la sencillez del final, igual para todos por mucho que nos empeñemos en que no. Creo que lo conseguí. Gracias por tu visita, Gus. Un abrazo.
ResponderEliminarEso me olvidé de destacarlo, se percibe un final establecido hacia donde se dirige con mucha certeza el poema.
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