viernes, 9 de octubre de 2009
A GABRIELA
Seguí tu andar como leal cachorro
buscando el alimento de tu mano
y hendiendo tus perfumes con mi morro
de la orilla del mar al altiplano,
prendido del arrobo y de la gracia
de tu verso gentil, sereno y llano.
Dios sabe que no escribo con falacia
y que en cada renglón te busqué amante
aromado de pinos y de acacias.
Asomaba la Luna en su menguante
por encima de los helados cerros,
y el puelche me traía susurrante
mensajes de amoríos y de anhelos,
cuando creí escuchar tu voz ansiada
llegando desde el fondo de los cielos,
pero el batir del mar en la ensenada,
con un inmenso trajín de olas y espuma,
no me dejó entender nada de nada.
Rugió feroz y pavoroso el puma,
oculto por la fronda en la espesura,
y suave como el vuelo de una pluma
e infantil como niña travesura
llegó hasta mí tu canto en un lamento,
cubierto de verdor y de negrura.
Interrogué a todo el firmamento
y demandé al Sol y a las estrellas
cómo atrapar tu perfumado aliento;
cómo grabar la huella de tu huella
en mi alma casquivana y pecadora,
más meretriz infecta que doncella.
Me sorprendió la alborozada aurora
sumido en un completo abatimiento
por no sintonizar con tal autora.
Yo soy un perro fiel y estoy hambriento
de manjares de osada poesía
mas, Gabriela, en melifluas ambrosías
jamás podré saciar mis sentimientos.
Te tengo que olvidar..., aunque lo siento.
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Este poema se me ocurrió después de leer a Gabriela Mistral, extraordinaria poetisa que, sin embargo, no es de mis preferidas. Cuestión de gustos.
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